Su último suspiro se acuñó cuando la esencia estaba ya mancillada. Lo escuchó un cura español, apenas iniciado el siglo XX, cuando, todo ya perdido, “la descubrió” entre sus pensamientos. El viejo vocablo de gloria y viento englobaba en sí una amalgama de recuerdos, ansias y cantos de cisne, cuya sinfonía portaba el eco de diferentes notas de uno y otro lado del hemisferio. Todas hermanadas en orfeón desde una lengua y tono común.

Se siguió tarareando entre los gritos del siglo, bronco en su drama, haciéndose del inicial suspiro, Idea obsesiva que se fue impregnando en himno audible en dos de los cerebros más grandes que dio la Tierra Madre. El uno había sido prohombre, embajador, miembro de una generación deprimida de mente inquieta y patriota. Su conversión generó una partitura monumental uniendo acordes de teología e historia. El otro, caso más grave por mente sorda de idealismo, -sobredosis de droga Kantiana que casi le mata- la fue descubriendo en hecho extraordinario desde la audición de una melodía inspirada en Jesús cuando estaba en un apartamento francés de luto y ausencia, donde un exilio negro cobijaba el recuerdo de  muertos tan cercanos.

Fue así cuando entre ambos hombres, sorprendidos, sucumbieron a la Hispanidad revelada a través de la única vía que se puede entender: desde lo Alto, desde esa iluminación que hace entender lo natural desde lo sobrenatural a partir del coro de la Gracia. Para rematar la definición, ya casi completa, acudió al quite un espontáneo extranjero que, con una genialidad pragmática unía Barroco y Cristiandad como síntesis del lenguaje completo de la Hispanidad.

Y eso era, eso: Barroco y Cristiandad. La cosmovisión sacra que engloba continentes entre la fe de grupo y su forma estética. Esa fuerza, siempre nueva por ser permanentemente antigua, modela así personas y pueblos. Aquella defendida por España, en corpus monárquico cuando, sin dejar posarse el sol rezaba valiente cantando en coro… hasta su fatal extenuación por la astucia de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Aquellos monstruos que, hiriendo las venas de la política, ética, derecho y religión… cambiaron a Dios por el Estado. Y ahí se empezó a asfixiar la gran obra donde la Diva fue sustituida por una Europa alzada de continente a meretriz, arrojando a la Hispanidad de diosa… a nada.

Entre tantas turbulencias quedó España. Desnuda y pobre, hija bastarda de sí misma, resto de imperio y ya esbozo ridículo de lo que era; cayendo en doncella mutilada que sirve, pobre cenicienta coja, a sus nuevas dueñas desde Pirineos y África. Doncella de varices coaguladas que, en su rabia, sigue pariendo mal y a ciegas, violada por sus hijos “non serviam”, levantándose cada mañana entre la nostalgia del recuerdo y la espera de la muerte. Sin embargo, a veces reza con la secreta esperanza de un hijo prometido que, queriendo amarla como es, sepa salvarla de sí misma y hacerla recuperar la Memoria.

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