Por fin se desploma la tormenta en la capital del Imperio y me encuentra paseando el Sunday blues en las calles. Me pongo el gorro y noto el ardor del finde en mi memoria. Me cobijo entonces a escribir en cuevas oportunas cuando la tele muestra a Marcelo gritando “hala Madrid” antes de dejar el micro a un divo desagradecido.

Desconecto por el trueno que, desde la calle y sus paraguas, me ayuda a pensar que la vida sigue su patrón: el Madrid a la gloria y el Pucela a seguir purgando. La dualidad empapada de mi alma se desvela así, en este último domingo de Mayo, disfrutando una tormenta que llegó.

Ayer, como anunciamos, vimos competir y jugar. En ese orden, desde que asistimos a la salida de un Liverpool imponiendo presión y conquistando un primer asalto que nos prometía lo peor. Apenas pasábamos del medio campo y entre pases nerviosos y órdenes asimétricas, llegó el Big Bang  fortuito de la mano de un hombro dislocado que dibujaba el destino de un partido. “Fútbol es fútbol”, dicen los intelectuales de la cosa en dogma donde caben todos los detalles invisibles que definen una realidad. Ese hombro produjo lágrimas y fin de ilusiones para un equipo que pasó de ser grande a normal. Para compensar, nosotros nos unimos al luto en lagrimeo Carvajal, comodín de mala suerte. Se compitió así, en intercambio de bajas quedando una segunda parte propicia para jugar.

“El fútbol es cosa de listos”, susurra el Sabio de Hortaleza, dicho y hecho, la astucia Benzema vacila a un gigante rubio acelerado. La trama de la sabiduría de la calle abre un templo donde los rojos ponen una coartada de gol de ébano y voluntad. Entonces empieza el partido, el nervio del asunto, la movida, en fin. Será de las piernas de Bale, hombre anglo, inexpresivo, extraño de nombre en nuestro entorno que en cuatro zancadas se pasa de campos y pueblos. Entra con rencores eternos y ganas de reivindicación. Su genio hará algo maravilloso que sólo se puede apreciar si se ve la jugada entera. Matizará un gol que dura más de dos minutos y nos explica lo que es un equipo moderno.

Entonces llegará la fiesta, la euforia, el eternoretornismo, las fotos y, of course,… la cara B del fútbol. En medio de la alegría los divos llaman a la prensa becaria y empiezan a hacer gestitos y guiños en clave titular. “No hay profesional más egoísta que un futbolista” me dijo un director deportivo hace tiempo. Entre los pliegues de la Gloria vemos atónitos a dos clases de tipos: los que dan las gracias al equipo y los que se las dan a sí mismos. Lo de siempre pero en plan descarado.

El Madrid seguirá ganando y veo que el Pucela sigue sufriendo. La tormenta amaina, la vida sigue, hay charcos sobre el Pisuerga. Tiempo de rezar por los niños de Irlanda.

Amen

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