“Es tan persona que asusta” dicen que dijo un poeta al ver a un albañil, allá en el siglo XX. Frase que leí hace tiempo en algún sitio, Umbral seguramente, que mostraba el gran contraste entre la abstracción del arquetipo y el misterio invisible de la realidad. La frase me ha llegado a la mente en ocasiones, pero ayer especialmente, con la triste noticia de la desaparición de Ángel de Andrés.

Le conocí por vez primera en una peli fetiche de un director maldito: Don Bigas Luna y sus “Huevos de oro”, magistral reflejo del desarrollismo especulador, valga la redundancia, que arrasó la hispanidad en los 60. Ángel hacía de Gil y aparecía anillado y bronco, magnate de la construcción repitiendo el mantra de “El español está en estado permanente de mala leche ¿y sabes por qué? por los garbanzos.”

La siguiente imagen, o mejor recuerdo, viene por la voz de nuestro héroe. Mi padre viaja en bicicleta estática y pone un canal de youtube con una “playlist” de “Manos a la obra”. Yo, en mi aposento contiguo dejaba mi libro y escuchaba atento. Me reía solo entre asombrado y con el ceño fruncido ante el guión de los personajes. Era un dueto de frases limpias en la forma y cargadas de doble sentido e inteligencia, pronunciadas con acento del barrio eterno. Me levanté a ver la serie y me fascinó. Los personajes estaban clavados, desde la pareja protagonista a las mujeres, especialmente la madre, eran un pórtico de la realidad barnizada con talento. Este tipo de serie es realmente complicado de hacer, no sólo por la interpretación sino por hilvanar una idea sutil y rompedora en personajes tan cercanos a la vida. Comenté mi admiración a mucha gente y, en gran mayoría, ponían un gesto displicente de superioridad despachando el producto como, “sí, esa serie de los albañiles chapuzas”. Esto es realmente muy ibérico, muy propio de los países con clase media analfabeta como es el nuestro, pero que se absuelven solos para auto coronarse como “cultos” a partir del desprecio a lo que no entienden.

“Manos a la obra” es un ejercicio de inteligencia, digámoslo ya. Limpio y directo, un equivalente a lo que otra querida diosa hizo toda la vida: Doña Lina Morgan. Lina y Ángel son dos actores, que es lo contrario de esos que salen entre las nominaciones de la mafia o aparecen bajo eslóganes de pancartas subvencionadas. Dos sujetos que, viniendo del teatro, única escuela donde se aprende a actuar, llegan al Olimpo interpretando eso tan imposible que es la persona normal. Es más fácil interpretar un arquetipo que un obrero, un mito que un hombre, un dios que un pobre diablo. Ángel de Andrés pertenece a esa saga selecta de la actuación como oficio de vida. Con Mastroianni, mi modelo de talento europeo y Lina Morgan veo hoy una tríada que me reconcilia con esta profesión tan manoseada de mediocres.

Ángel de Andrés, gracias y DEP

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