INTRO

Regreso al aeropuerto de Ciampino. A ese arco inaugural de mi puesta de largo en el mundo allá en el pasado siglo XX. Observo que aunque han cambiado las salidas y pintado las puertas sigue oliendo igual. Huele a Roma, a Italia; huele a pizza y a café. Huele a vida.

Paso el control de pasaporte, se abre la entrada automática y veo a mis compañeros apoyados en una mesa rodeados de maletas mientras apuran un capuchino. Hay besos de cariño y un abrazo silencioso lleno de sentido. Me piden un expreso mientras mirándonos despacio nos ponemos al día sobre nuestras biografías.

 

OLOR DE SANTIDAD

 

 

Los planes de los viajes están para romperlos. Nuestro destino es La Toscana, pero para llegar ahí decidimos pasar por La Puglia haciendo cierta la frase de que “el camino mas corto entre dos puntos es aquel que pasa por las estrellas”, axioma que nunca adquiere tanto sentido como en este caso. Nuestro coche está esperando en el aparcamiento: es espacioso y con estilo pero no sabemos arrancarlo. No pasa nada, no nos desanimamos, estamos crecidos y motivados. Las carreteras de Italia se inundan de una velocidad gestionada por tíos morenos engominados cubiertos por gafas de sol y aspecto macarrilla. Mueven las manos continuamente y hacen caso omiso de esas convenciones que tenemos en el resto de Europa sobre señales de tráfico, semáforos etc. Pienso que el viaje prometerá emociones y con disimulo me coloco de biodraminas-con- cafeína para conseguir centrar mi punto de vista.

En nuestra ruta por los pueblos de Molise observo que un olor de santidad va invadiendo el ambiente mezclándose con el aroma de pasta aldente, formaggio y ricotta. Y es que sólo en Italia se produce esa fusión tan perfecta entre lo sublime y lo cotidiano, ese progresivo acercamiento de los dedos divinos y humanos tan bien representados en la Capilla Sixtina hasta casi producirse un choque de saludos entre las manos de Dios y el hombre. Así en Venafro me paro para retratar un cartel inmenso de esquelas mezcladas con anuncios: la noticia de la muerte del amigo y el anuncio del próximo circo en la ciudad comparten espacio público. Y ambos están en su sitio.

Comemos y el perfume de gloria explota su presencia en San Giovanni Rotondo. Al abrigo ardiente de las llagas del Padre Pío de Pietrelcina, una multitud de peregrinos nos cobijamos para dar gracias y pedir por los nuestros. Pasamos por la iglesia y el convento hasta dar con las celdas de los padres. En cada una hay una inscripción y yo me fijo en la última: “La croce è sempre pronta e ti aspetta dovunque”

 

FRANCESCO, GIULLARE DI DIO

 

 

Bendecidos por el Padre Pío se nos aparece el Diluvio en Foligno. Llevo yo el coche y en pleno maremoto nos parece ver a Noé haciendo señas para seguirle. Nos fijamos mas detenidamente y vemos que no es Noé sino un franciscano con aspecto jovial y sonrisa dulce que nos indica el camino. Es un “juglar de Dios” con capucha al que confiamos nuestros pasos. Cuando apenas desaparece su rastro miramos al horizonte y el perfil de Assisi enmarca la tormenta. La ciudad de Chiara y Francesco nos recibe. Aparcamos mal, dejamos las maletas en casa de los padres del santo y nos disponemos a patear el pueblo al anochecer. Hay ecos de verbenas y música de los Beatles en una fiesta de pueblo en Septiembre. Según nos vamos rozando por la ciudad invadiendo sus calles estrechas bajo la mirada de Madonnas protectoras, el silencio medieval prevalece tan solo interrumpido por el ruido de tacones mínimos de una de las nuestras. Nos sorprende ver iluminada la Iglesia de San Francisco al terminar el día. Entramos raudos para dejarnos deslumbrar por un coro que entona a Monteverdi entre frescos de Giotto.

Amanece y un sol tímido entra por la ventana. Desayunamos y vemos que nuestro coche sigue impecablemente mal aparcado. Nos felicitamos por ello. Hay que despedirse de Chiara y vamos a su iglesia, “hay misa” dice un guardia bonachón. En una capilla un grupo de monjas minúsculas, hijas de la santa entonan un cántico que nos despierta para hacernos entender muchas cosas.

 

EMOCIONES TOSCANAS

Assisi va cuajando en nuestro recuerdo mientras La Toscana se esboza en nuevos perfiles. El viaje comienza a adquirir una dimensión de curvas que nos emocionan demasiado. Tomo pócimas como un poseso hasta que mi conciencia se acuna entre la vigilia y el sueño. En ese tránsito escucho al copiloto leer con modulación y entrega la vida del Padre Pío y su maltrato por algún Papa buen-ista. Sólo interrumpe la lectura entre curva y curva para, mirando al horizonte, lanzar comentarios hirientes, crueles y sarcásticos a la conductora. Una vez satisfecho con el efecto producido, sonríe con un rubor de diablillo miope para continuar todo serio la lectura del santo y del amor cristiano.

PIERO

 



 Ya está aquí. La Toscana con su sol y sus leves colinas muestran un séquito de hombres que nos saludan desde el fondo de la historia. Al frente de todos ellos otro Pío – segundo- el Gran Piccolomini interrumpe su sermón para bendecirnos desde su trono e indicarnos el camino a la ciudad perfecta, a su ciudad. A Pienza.

En el enjambre de pueblos de la zona encontramos una calle cubierta de cruces que desemboca en un museo. Tras el portalón, una pared llena de vida nos muestra un par de ángeles con calzas verdes y rojas que, mirándonos fijamente, descorren un telón para mostrarnos el acontecimiento. Es una Madre Mesetaria renacentista a punto de dar a luz, de enseñar la luz. Mira hacia abajo y su mano delicada señala con gesto mínimo el telón fundamental y leve de su vestido azul que oculta el vientre. De ahí saldrá el Hombre. Aquel que rasgará vientre y conciencias para darse de bruces con el mundo, abrir la Historia y señalar por fin el camino que desemboca en la Eternidad. Esa mujer parece pensar en todo eso, mostrándonos a la par rasgos de Madre y de Madonna.

Piero della Francesca nos espera en el aparcamiento con media sonrisa y parece satisfecho al ver nuestra emoción. Viene con nosotros para continuar la vuelta: Monterchi-Sansepolcro-Arezzo en un día para saturarse de obras maestras en ciclo: Madonna-resurrección-Vera Cruz. Ebrios de tanta belleza nos retiramos al Monte paseando entre puertas inmensas de ciudades amuralladas.

 

LAS QUE SOSTIENEN EL MUNDO

Es el día de San Pío. En San Gimignano un grupo de mujeres del pueblo nos esperan para el sacrificio de la misa. Estas mujeres sostienen el mundo y es reconfortante saber que todavía en algunos rincones se sigue entendiendo la misa como sacrificio y no como esos festivales asamblearios de banquete y guitarreo en que ha degenerado. El sacerdote insiste en el cambio personal: «coraggio, fede e determinazione«. La Dolorosa nos espera a la salida, rezamos con ella y nos vamos. Amén.

 

DAVID

 

David sigue en el mismo sitio. Rodeado del ejército infalible de la piedra en celo. I prigioneri se revuelven sobre si mismos para desplegarse de la placenta hecha mármol en tensión y movimiento. Las manos del héroe, la postura de la pierna, sus perfiles encierran una perfección excesiva que me hace no entenderlo del todo. De repente me alejo al fondo, a la esquina mas lejana donde me alcanza un atisbo de su mirada. Es la mirada de un vencedor sereno y contundente, es la mirada del triunfo. Ahora, desde esa distancia entiendo mejor la escultura. Muchas veces hay que dejarse mirar para comenzar a ver, pienso.

 

MIRANDA

 

Las curvas se reproducen en la noche, la Toscana se oscurece y no hay luces en los caminos. Buscamos a Miranda para que nos dé de cenar. Vemos el cartel y un hombre cansado nos indica que entremos. El hostal está vacío. Vacío desde hace semanas, quizá meses. Miranda aparece con su pañuelo rojo, su sonrisa de trabajadora, sus uñas negras y sus lamparones en la blusa. Preguntamos por la familia y con el gesto triste declama: “La mamma é morta” como si estuviera en un remake de Andrea Chénier. Miranda está triste y cansada y nos pregunta si tenemos hijos, “non ancora” respondemos mientras se apresura a aconsejar con voz baja que no los tengamos. Al fondo del comedor el resto de la familia continúa su cena y conspira en silencio. Miranda pregunta por España y los toros, nos enseña la cuenta, arrambla los billetes, nos ofrece vino y grappa y nos despide quedándose con el cambio.

 

LA CITTÁ DI DIO

Se pasan los días, el tiempo sigue royendo implacable nuestro destino. Estamos saturados de belleza y la melancolía empieza a atisbar el horizonte. Seguimos en el coche entre biodraminas y curvas, con la mente llena de Santos, Papas, Artistas y sus obras. Seguimos en silencio volviendo hacia el interior de Umbria, el corazón de Italia, puro centro de sombra verde y lluvia desesperada.

Y llegamos al final. Lazio nos espera. Al fondo del camino un pueblo nos ofrece una visión del futuro cercano: implacable en su colina le rodea la nada. Un terremoto le apartó del mundo y se quedó solo frente al cielo. Solo se accede por un túnel. Es la imagen de lo que va a pasar, la fortaleza amurallada e inexpugnable que quedará cuando todo desaparezca.

 

Es la ciudad de Dios.



A mis amigos. Gracias

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