Todo empezó en una estación por la mañana. Dejaba una ciudad adormilada de puente, para meterme en un viaje al tiempo apareciendo en otra que ya ignora las fiestas de guardar.
Se celebraba San José, que para mí es el recuerdo de un colegio al que saludo en jueves en paseo infante de camino al castillo. Es esta la iniciación a un puente que nace blanco de folios y al que habrá que rasgar en metáforas negras para descubrir luces. Para este viaje me encierro bajo siete llaves en una sala llena de vacíos recordando sus últimas palabras:
No salgas ni me hables hasta que no me entregues el manuscrito. Agur.
Un eco rubio y cortante deja paso al bip continuo del teléfono.
Bajo las persianas. Fuera en el mundo, se anuncia la llegada de la primavera, envuelta en esa idea celofán y chorra llamado «día de la Felicidad» que organizan los vividores orwellianos de la ONU. La felicidad moderna y su obsesión es la primera causa de suicidio en Europa, pienso. En todo caso, excusa perfecta para evitar cualquier tentación de salir de casa y quedarse envuelto en metáforas arropado por la multitud de fantasmas que porta la ausencia.
No hay descanso para los sueños y los personajes no me dejan dormir. Al amanecer una noticia hace tregua: aparece un eclipse en la mañana. Abro la fortaleza y me tiro al monte, casi en pijama, con la cámara a cuestas para cegarme cara al sol reflejado en un mundo como un contraluz de ramas que hacen sombras chinas. Me doy la vuelta para recuperar la vista y una luz gris azulada muestra el rastro que la primavera deja tras desvirgar los almendros.
Bajo del monte, casi transfigurado y ciego para volver a sumergirme en el otro mundo blanco del folio, que ya es el único que veo, el único que refleja la realidad desde su negativo, frente a la velocidad inasumible, colorín y cotidiana.
Así me convierto en personaje, por fin. Hundido en el fango de las frases dejando que el eclipse sea total en mi corazón para salir creado en un presente absoluto de días que no amanecen. La Primavera, tal como ha venido, se ha ido dejando un mundo perla que rompe aguas para reventar en un Sunday blues regando una ruta al aeropuerto para recoger a mi carnalidad que vienen de dar la vuelta al mundo. Ya completo, en mi arboleda genealógica, arrancado de mi mismo el domingo resucito para sacudirme las metáforas tras cortarme el pelo al cero.

Llega la tarde, temida y mientras el personal hace cola para suicidarse en una urna o retornar con un placer clásico, yo me dirijo a la estación ignorando el bronco ruido del prójimo mientras bailo, en el filo de la navaja de mis neuronas, el blues que más me gusta al son de fiat-voluntas-tua.

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