Fue en el pasado Abril, tan similar a la primavera que estamos viviendo en estos Octubres recalentados: brillaba el sol en Roma, calentaba en Madrid y se verticalizaba un Vaticano celestial en segundo domingo de Pascua que, de la mano de la fiesta de la Divina Misericordia, nos dejaba una mañana duplicada de canonizaciones protagonizada por cuatro Papas.

 

Ejercía de anfitriona una monja polaca, Faustina Kowalska, que guiaba de su mano a un compatriota hacia la eternidad. Era Juan Pablo II, llamado «el Grande» y aclamado «santo súbito»por el pueblo desde el día de su muerte. Con él, subía entonces a la gloria, otro Juan,santo no tan súbito, tras largo proceso de canonización y sin tantos milagros, pero con una leyenda mas sonriente que le sobrepasaba.

 

Así, el pasado domingo se cerró el círculo celebrando la beatificación de Pablo VI, colofón con los anteriores, de una época crucial y muy revuelta en la Iglesia. Figura de un hombre cuyo máximo recuerdo para muchos es la aprobación del “nuevo orden de la misa”, que casi consiguió echar a todos los fieles de los templos. Sujeto fundamental para entender el siglo con lucidez última y honestísima al ver que “il fumo di Satana è entrato nella Chiesa” cuando, impuso, última defensa del papado, la famosa Nota Explicativa Previa,  en aquellas sesiones del Concilio cuando todo se iba de las manos.

En fin, muchos análisis se han hecho de estos acontecimientos desde el mundanal ruido y sus medios seculares. Desde la primera versión liberal-becaria-cortoplacista que veía a Francisco uniendo a la (supuesta) derecha Wojtyla con la izquierda progre de Roncalli, hasta el reconocimiento humanista de tres grandes hombres del siglo XX, pasando por – y esta nos parece la gran clave – la canonización de facto del Concilio.

Esto último nos parece más ajustado. Tres prohombres de la nueva-forma-de-hacer-iglesia son reafirmados y con ellos toda una forma de hacer (y ver) las cosas. Reconocidos en la ecuación: Juan+Pablo= Juan Pablo (IyII) se fragua una época nacida tras un Concilio inventado por Roncalli que, con pretensiones pastorales y sin dogmas divinos, quedó blindado al mundo desde ese otro dogma invisible, italianísimo, clausula sutil pero de hierro llamado «aggiornamiento».

El viraje ha sido tan fuerte que si hubiera un católico vivo con 200 años seguro que no saldría de su asombro. Como será que tuvimos al gran e inolvidable, y cada vez mas importante Ratzingercada dos días, hablando de eso de la «hermenéutica de la continuidad»mientras en su pontificado apagaba fuegos a golpe de erudición, aviso y verso para hacer frente a todo el percal que querían quitar hasta las llaves a San Pedro.

Y todo esto, en el marco casi escandaloso de un Sínodo de la familia de nefastas ruedas de prensa, ambigüedades que hablan de valores desordenados, relatios corregidos, Kasperes intrigantes, Burkes expulsados, rebeliones africanas, traductores-traditores y, en fin, en fin, tantas movidas que ha dado tanto que hablar en los países con tradición católica – en España, nada, claro – . Al final el Papa ha tenido que intervenir casi como Pablo VI en su Nota para apaciguar los temas y un aplauso ha bañado católicamente el caos y hasta la próxima.

En todo caso, en este día caluroso de San Juan Pablo II mando una oración recordando, como quien no quiere la cosa, que estamos en este año de aniversario de la muerte de San Pio X, para que no se nos olvide, vaya.
Con perdón.

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