No, fue de frente. Tres o cuatro tiros…

 

La frase resuena en el aire de camino a la estación. Nace de la conversación de dos parejas otoñales que se explican entre gestos el crimen de León. No se habla de otra cosa desde ayer.

 

Era víspera de San Pedro Regalado en Valladolid en un día de sol y política. Los mítines se cancelaron y el presidente Rajoy fue a León sin pasar por Pucela. Hacia las 8 la gente de VOX dedicó un minuto de silencio en el auditorio de la Feria de Muestras.

 

A partir de ahí, la información mediática fluyó desde diversos manantiales:

 

Desde la investigación se especuló desde venganzas laborales adjetivadas como ejecuciones, hasta crímenes pasionales. En el plano de pésames, las condolencias de la oficialidad fueron llegando salpicadas de pésames-trampa del formato: «lo sentimos pero…» y desde el «pero» se lanzaba la coz a tiempo, hasta los que no podían disimular su mediocridad y sueltan bilis como algún concejal felizmente dimitido.

 

Sin embargo lo interesante está más abajo. Desde las famosas redes sociales, la voz exacta de lo que hay, se comenzó a irradiar un fenómeno cada vez mas fuerte: el odio en formato digital. Desde la alegría cruel hasta el insulto directo pasando por la mofa cantada comenzó una ciénaga que hizo que muchos foros digitales se tuvieran incluso que cerrar.

 

No es nuevo ni nos vamos a sorprender. Sabemos que se lleva advirtiendo este movimiento in crescendo en progresión geométrica cuando hay la mínima oportunidad -no hay más que ver los archivos, por ejemplo en Madrid, de los ataques en su día a Cristina Cifuentes o Esperanza Aguirre sin contar los foros etarras tan activos -.

 

El tema es que en España hay un odio acumulado que ya rebosa límites, un odio de descaro, inimaginable hace años, y que, desde luego no tiene que ver con las circunstancias particulares del caso, todavía abierto. Es un odio de siglas, de caza al enemigo, de pre-juicio al «otro» y tan adornado de esa dialéctica hija del resentimiento y del «algo-habrá-hecho». Un odio de concepto, de objetivo, deshumanizado por la ideología sin trascendencia cuya coartada es el mito de la violencia estructural. Generado en gran parte desde arriba, desde esta política nacional nuestra de bajo-vientre, de historias revisionistas que crean odios artificiales – los más difíciles de erradicar – y de mentiras para encabronar a un pueblo ya de por si predispuesto a encabronarse. Odio que baja por la tele creando formatos de supuesto debate coreografiado diseñado para herir desde una demagogia con poco análisis. Odio, en fin, que crea sucursales mas abajo y luce con un temblor cuando, por ejemplo, en una manifestación se oye a una niña gritar “y si esto no se arregla, guerra, Guerra, GUERRA”.

 

Así se forman, ya está formado en España apenas falta que cuaje, los famosos «caldos de cultivo», aptos para cocinar la carnaza a su punto. Caldos, curiosamente que son indenunciables ya que, curiosamente, si algo pone de acuerdo al establishmente es el linchamiento de aquel que, aunque sea tímidamente, advierte del embrutecimiento progresivo y peligroso del pueblo. Recordemos la homilía de Rouco en el funeral de Suárez.

Es lo que hay. En España se está jugando con fuego sin entender que el odio es difícil de depurar, es contagioso y deja mancha. En la España de hoy, asimétrica, mutilada y negada por sus hijos, aquel que sea capaz de gestionar la rabia y convertirla en creación ganará la batalla del presente y el futuro. Apelo a la responsabilidad. Si no, como me dijo alguien al llegar a España hace ya un año: «hay que empezar a armarse».

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