Se cierra la semana bajo una pesada cortina de lluvia gris, catarata-de-Niágara, entre llanto de dioses y telón de acero, enmarcando así el último episodio nacional.
Episodio que comenzó en un Marzo soleado desde mañanas hospitalarias de muerte anunciada para resucitar a un prohombre olvidado. Así España se inventó un finde hagiográfico, plañidero y enlutado y paseó con pesar sincero el féretro entre restos de guerrilla urbana.
Aunque ese domingo pierde el Madrid, duplicando el luto, todo va perfecto hasta que, como siempre, tras dejar pasar otros lunes e izar banderas llega la mañana de funeral y herencias. El Estado en pleno, grave y oscuro, se reúne para escuchar en su catedral posmoderna y colorín una de esas frases látigo, como ascua de homilía de antaño que atiza el fuego.
Fue un cura de acento trabucaire a punto de despedidas que dijo lo que tenía que decir y… se armó. Se acabaron las frases hechas, comenzaron carraspeos en los bancos y entre rictus fruncidos el poder se va dando la paz con el acuerdo de cargarse al cura. Rouco se salió del guión y acertó dando un golpe, por fin, a la continua repetición del cuento de hadas hispano de los mass media entre documentales buenistas y series historicistas. Molestó a todos, cumplió por una vez con su conciencia, y la bronca no se hizo esperar.
Pero no fue el único. Se abre la veda y los editorialistas pacientes que estaban esperando esta ocasión sueltan lastre al mercado como si no quiere la cosa y, claro, siempre se escapa algo, mecachis, y van saliendo los temas, fechas, alguna luz sobre los fundantes agujeros negros del universo democrático. La reacción es idéntica y el silencio se impone radical.
Como se hizo callar tradicionalmente, ya que estamos haciendo memoria, a aquellos generales que, en brindis póstumo, advertían de sus preocupaciones. Inmediatamente se le daba una colleja, sanción y unanimidad total de desprecio y olvido.
Y es que hay una tolerancia cero con el que se salta el guión, que cuestiona la versión oficial de los discursos hechos. Tolerancia corporativa, curiosamente, inversamente proporcional con aquellos sujetos que, destrozando el país, sea por vía criminal o política, siguen campando a sus anchas, terminales más vivos que nunca, o extorsionadores que rompen la ley conscientes y a los que se escucha y encima se negocia.
La guinda la vimos ayer tras el consejo de ministros donde se configura una sobredosis de aforados forjando una nueva corte.  
Es todo un juego, claro. El ajedrez vital de Fisher donde se desplaza a los peones al futbol, la calle, o el exilio obligándoles a moverse en diagonal y buscar los horizontes de conversión en reina en una partida donde se juega sin torres ni líneas rectas.

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