Era un Diciembre como el de este año, de mañanas grises, plomizas, preñadas de un bochorno inverso presagio de cambio. Recordamos en los archivos un vecino con gabardina sobre el pijama entrevistado por la prensa rodeado por un socavón inmenso en el Barrio de Salamanca.
Han pasado 50 años y es de lo poco que tenemos claro, lo gris del ambiente y la impresión de frío. Ya incluso salen libros subtitulados con pretensiones de explicarlo todo – como con JFK o el secreto de Los Templarios – señal inequívoca de que el caso está cerrado y nunca se explicará nada.
Fue ETA el brazo armado, sí. Eso lo sabemos. Hay pelis, leyenda y un folklore zafio de coplas vergonzantes; está la izquierda madriles de jersey tardofranquista que ayudaba bajo un cínico silencio imperial exterior, silencio aún mayor se recoge en un sumario de prosa mínima, “no hay mal que por bien no venga”, carreras hacia la pole position del cambio de establishment, homilías de Tarancones, gritos de paredones… y el inicio de la Transición.
Porque ahí coinciden todos, unos y otros. El inicio “de facto” de esa época comienza ahí. Más discusión hay para saber dónde termina, claro: los académicos dicen que con la Constitución, los infrarojos umbralianos que con el PSOE, los entusiastas que con el 23F … y los escépticos – como yo – se dan cuenta que todavía estamos en ella. Transición, ambigüedad elevada a los altares laicos por la intelectualidad, cambio de algo a algo, paseo “de la ley a la ley” jurando entre líneas, transformación de España a…
Never mind, sabemos que Carrero voló del suelo y se recogió pulcramente casi en el cielo para esconderle rápidamente en la historia posmoderna de planes de estudios que dan “memoria”. Todo en un movimiento con tres tiempos:
Desde el trampolín de un túnel sucio que hunde una calle hasta la terraza en las alturas queda una cornisa rasgada para las fotos. Una síntesis de la España transicional, el fetiche de la cornisa como un flequillo mal cortado, como el techo de un parlamento donde se veneran agujeros de balas de fogueo en vitrinas. Desde una determinada altura la brutalidad se transforma en memoria aseada de la basura que nace en las cloacas.
Como nada hay claro, la metáfora nos dice más que los libros. En el salto de Carrero se intuyen dos violencias: la bruta que revienta calles y nucas dejando desolación y huérfanos y la dandy, de cornisas rasgadas, que mata recibiendo, entre gestión e indultos. Dos-violencias-dos, dos cloacas a diferente altura que en esta corrida ibérica de lustros parecen lidiar mano a mano, con rivalidad y complicidad un baile extraño que deja preguntas sin respuestas en un paseíllo de amnistías, Argeles, procesos de paz, GAL, ETA, 11M, Faisanes, 23F, movimientos de liberación “nacional”, árboles y nueces… Estrasburgos, en fin, lista abierta hacia la descomposición total.
Parece que un hilo raro recorre nuestra historia reciente, hilo de hierro con pretensiones de secreto que teje a golpes una estructura de Estado que se deshilacha en su asimetría.
La Violencia debería ser una y custodiarse en manos monopolizadas de un estamento que, vaya, se fue desguazando de instinto y disfrazado de ONG. Y así la hidra está dividida en dos y juega a dos bandas, sin pacto explicito pero con comprensión depredadora de perros y gatos.
Hoy fue el día en que se inauguró una nueva forma de hacer las cosas.
Ni blancos ni negros, todo en gris plomizo.