Este año agosto comenzó una madrugada de julio y, al día de hoy, no se vislumbra su final. Aquella noche en Madrid se organizaba espontáneamente la competición de orgasmos fingidos en plateas de Génova y Ferraz. Ante esta obscena exageración del placer yo no salía de mi asombro cuando paseaba en calles de fuego color Barbie, ignorante de lo vendría después. 

En esa euforia artificial de alegrías, un tipo con pinta de ángel nos sale desde Tailandia confesando que ha hecho cachitos a su amante. Las chapas salen caras y cuánto más lujo, más sordidez. Así los medios cambian la ruta dejando a los políticos gemir tranquilos para dar paso a los sospechosos habituales que dictan su cátedra en platós televisivos. 

Teníamos ya mono de fútbol desde la Champions y apareció un mundial de género. Vivimos cada partido intensamente hasta que llegamos a una final de domingo. Fuimos al templo y tras el «ite missa est», los curas militantes cubrieron el altar y cambiaron de canal al plasma para ver a las amazonas tatuadas. Busco sitio a media distancia entre los feligreses y los desheredados de la vida, los cuales habían entrado al finalizar la ceremonia para tomar el vermú. Agua y bocata de puntas de jamón ibérico mientras sufríamos el lanzamiento fallido de un penalti por una tal Jenni. De forma agónica vibramos con el pitido final y acompañamos a reinas, infantas entre abrazos empalagosos. España seguía en trance eufórico hasta que llegó «el pico», un besito que resarció el fallo del penalti de Jenni con creces. Muy inadvertido al principio, el «mimo» fue cobrando vida hasta desarrollarse por inteligencia artificial en todo un morreo forzado. Ni mis yonkis ni yo lo apreciamos en directo, pero el Poder sí lo ve todo, en ausencia de Dios. La biopolítica, el biopoder en esta época de la posverdad, no descansa y en 24 horas la maquinaria, la historia, la serie con episodio piloto y varias temporadas ya estaba montada. La música de Camela recibía a nuestras heroínas el lunes cerca de «Príncipe Pío» en otra noche formateada por «ola de calor» para inaugurar otra fiesta. 

Y fue entonces cuando sentí nostalgia de otros agostos. Donde las noticias más importantes eran los muertos en carretera y canciones de Georgi Dann. Donde Curro Jiménez seguía siendo un héroe nacional, y no pariente de un monstruo. Donde un «Verano azul» y Chanquete no se hubiera enterrado definitivamente por Samper. En fin, muchos cambios. Demasiados. Hasta que ayer, por fin, nos dió su «frío en rostro». Algo es algo.

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