Los astros de Agosto buscan teñirse en sangre de tomate. Es nuestro particular eclipse de verano de un pueblo que pasa de solsticios y fenómenos celestes pues ya nos lo organizamos solos en nuestro universo. La tomatina y los encierros son la marca España por excelencia, eventos universales que sangran la fiesta en ritos para asombrar al mundo exterior. No lo entienden ni ellos ni nosotros, la diferencia es que los españoles no han buscado nunca entender, sino vivir.

Los pueblos del sur somos vitalistas y espontáneos y así entendemos la vida como un juego sin entrar en demasiados análisis. Para eso están los hispanistas anglos que, a modo de psiquiatras, salen de sus aburridos países para asombrarse ante nuestras neuras. “Están locos” oímos decir al guiri de turno, rojo de alcohol y frutas, el mismo que mañana se tirará de un balcón haciendo el canelo o morirá de delirium tremens.

La fiesta en España, como todos las fiestas, no son más que una distracción de la muerte a partir de arrancar su mito, sea desde una cornada o con lanzamientos de tomate. El espíritu nacional se desarrolla así en un todos-contra-todos o corriendo tras el enemigo común de una bestia con cuernos, lo que nos da la clave de la dualidad de una tierra sin tregua en su locura.

Nos tiramos tomates para prolongar en juego las granadas reales que vendrán y así, mientras unos se vuelven niños, los más audaces van ensayando para la próxima movida. No importa, en el juego nos tratamos bien porque, como eternoretornistas que somos, sabemos que lo importante es seguir el desahogo dejando que el tiempo nos diga lo que hay que hacer y en qué línea de fuego te coloca.

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