Ha pasado más de una semana desde el asesinato del pequeño Gabriel. Tras los nervios iniciales y el shock del desenlace, se ha abierto un debate patrio que se camina envilecido a cada paso.
Comenzó el señor Escolar cuando, con el cuerpo recién enterrado del chaval y sin dar pésame alguno, se erigió en intérprete de los ciudadanos de España acusándolos de que la causa de su rabia no era tanto por la pérdida del niño sino de venganza por las peculiares características de una asesina en condición de mujer, negra e inmigrante. Punta de lanza que ha servido de imán de opinión a nuestra izquierda indefinida a la que se rubrica en broche quebrado, el poeta García Montero reivindicando que “todos somos Ana Julia”.
No nos sorprende en absoluto las reacciones de ambos personajes, pues forman parte de una misma forma de ver las cosas. Las ciénagas del sufrimiento y el luto, como los minutos de silencio, siempre se rompen por altavoces que, ante la reflexión y oración, buscan hacerse eco en grito desde la tragedia hacia el interés propio. El niño, la víctima, el muerto, es así catapultado desde la ideología para hacer opinión “frentista” aprovechando, como grandes propagandistas que son, los silencios de audiencia. El periodista directamente insulta a la opinión pública, de la que se hace intérprete para, enlazando con la violencia de género, negar la obviedad de que las mujeres matan igual que el hombre. Introduciendo, para remachar, un factor racial y xenófobo que no existe desde el momento en que Ana Julia, llegando a España con una mano adelante y detrás, ha conseguido unas condiciones inmejorables a las que ha respondido con un crimen. El poeta llega, si no más lejos, a enfocarlo desde un punto de vista más amplio, arrojando la responsabilidad al sistema, al capitalismo, a la sociedad enferma…. a todos menos a sí mismo, claro.
Porque aquí el tema de raíz es la Culpa y su gestión maquiavélica. La izquierda es una cosmovisión que, cubierta de infinitas capas, sociales, políticas, económicas, tienen su núcleo en la gestión de la Culpa, en la que dogmatiza que siempre… es del Otro. La izquierda es “adanista” y adolescente, nace autoabsuelta porque considera, al modo Rousseauniano, que el hombre nace bueno y el entorno le pervierte. Esto otorga una autoridad a sus purísimos portavoces y profetas para criticar la totalidad del mundo, colocar la Culpa en el sector que convenga bajo la legitimidad moral de que ellos están limpios, con licencia para juzgar. Así la culpa la tiene Dios, la Historia, Franco, el vecino del quinto que va a misa… Sobre esa superioridad moral se atreven a pontificar siempre olvidando algo tan importante como es la víctima, el inocente. Este esquema es flexible en función del tema, claro, pues depende quién será la asesina para dilapidar o absolver.
Así, el muerto no es más que una coartada sin importancia. Esa es la maldad, la losa que, sea de Memoria Histórica dividiendo cadáveres azules y rojos, pescaitos o tiburones, se usa por estos sectarios mediáticos para crear opinión. En nuestro país se han desvalijado así muchas almas y se ha hecho todo un arte de la gestión de la culpa. Al final, como siempre, mientras ellos recitan titulares o ripios a nosotros nos queda la Poesía de las plegarias para los muertos.
Estupendo artículo sobre una gran vergüenza. Hay quien le vale todo para sacar rèdito para su causa.