Es un día de atascos, de prisas, de emergencias por una nieve que no acaba de cuajar sobre el espacio de un Enero que se desploma sobre España.

Mi virtual amiga Paloma ha tenido el acierto de invitarme a una cita en el corazón de LosMadriles: Barrio de Salamanca, Príncipe de Vergara, jardín de Gregorio Ordóñez. Voy agradecido y a las siete y media vislumbro movimiento y policías helados en ambas aceras. Avanzo entre perfiles de gente en penumbra de focos hasta acercarme a la luz propia que se desprende desde dos mujeres – Esperanza y Ana, Ana y Esperanza – escoltadas por las banderas de España y San Sebastián.

Dicen que cada vez viene más gente, deberían venir todos, pienso, cada vez mas España  se despereza rezando un rosario patrio al calor del homenaje para conseguir recordar, recordarse a ella misma, a partir de agitar el cordón umbilical que la une a su tierra moldeada por el alma caliente y heroica de sus hijos. Sucede que un país en órbita, huérfano de modelos vivos, se va recogiendo por fin en una comunión de santos que empiezan a devolver el sentido a su vida. Y es que parece que hace ya siglos que este tipo de hombres desaparecieron, pero no, lo trágico es que han pasado apenas unos años pero parecen de otra época, de otra casta, de otra Patria.

 

 

Los mártires van resucitando entre jardines ante vivos impotentes mientras nuestros asesinos se van muriendo de gloria afirmándose entre escaños, subvenciones y contratos. Nuestros héroes, por fin, se van haciendo grandes en las mentes de españoles que van a campos urbanos en Enero para escuchar el sentido común de la Esperanzas reivindicando un modelo de político – palabra maldita –  que ya no existe entre tanta putrefacción interesada de acuerdos y mentiras. Oímos con ansia a Ana definir la diferencia obvia y tan olvidada entre VENCEDORES y VENCIDOS que ha quedado oculta entre la nueva nomenclatura que la actualidad nos depara.

El presentador concluye con un Padrenuestro que une a todos en el dialogo y corona un himno nacional que hace eco en el luto.
Nos dispersamos entre abrazos en una noche que vuelve a derramar su breve resumen nevado que contrasta con la fachada de la iglesia. Iglesia vertical y blanca, retablo de oro hasta el cielo que respalda a sacerdotes que hablan claro, se agradece, tras nefastas experiencias tan próximas en iglesias de postín que celebraban noviembres cercanos de nostalgia y homenaje ignorado.

‘Bienaventurados los que luchan por la Paz’, resuena en el espacio, no la paz del pazif-ismo ni ningún otro engendro de ideas, la Paz valiente del coraje en un mundo depredador y de espadas, la Paz de la Verdad de la Justicia y del Bien Común, la Paz de la Fraternidad, no de esa fraternité de ideología y sangre. La Iglesia, desde su permanente punto de vista entre los barrizales del mundo y el Cielo, desglosa el Sentido en  una homilía Total donde un Señor cura sin trabas ni carraspeos, vocaliza que el terrorismo, aborto, eutanasia forman parte del crimen contra la Fraternidad. Eterno retorno de Caín y Abel que elimina la Familia y culmina en la eliminación del Hombre, ese Otro al que se le excluye por envidia o indiferencia con la ayuda de esos cómplices tibios, mudos, que nunca quieren saber.

El héroe Cristiano sabe que la Paz impone la lucha en el mundo y lo contrario son las componendas dóciles que cantan, cobardemente, los mantras del ‘todo es negociable’.

El párroco ha sublimado en un templo el discurso de dos féminas en un jardín sagrado y se nos pasa una hora como pasa un suspiro de amor y recuerdo que te calienta el corazón en este día de aplastante Enero preludio de decadencia y rebajas de alma.

Cantamos la Salve hasta que se va diluyendo hacia un coro de las Alturas que ya nos había entonado el himno de nuestros padres en la Consagración.
Esa Salve resume a María, en su sublimidad del perdón y de lucha, de Victoria y nos da fuerza para seguir recordando y sintiendo que España sigue viva palpitando en los jardines que custodian la Memoria ejemplar de nuestros arquetipos.

 

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