Anoche soñé con Malahide, me lleva pasando unos meses. Me acosté con una luna española que dormita hasta una semana sacra y desperté en sueños con la última luna llena de invierno dando entrada a San Patricio. Miraba su reflejo en el Pisuerga y me devuelve el recuerdo de otras lunas vividas frente al Liffey. Me calmaba una nostalgia de algas y me veo levantándome temprano, un día como hoy, mirando la Marina. Paseo hacia la playa abierta de Portmarnock guisado por restos congelados de la misma luna en el Irish sea.  

  Vuelvo a casa para preparar las baterías de la cámara y, tras visitar a San Silvestre, corro al DART rodeado de una ebullición pelirroja de familias numerosas con gorros verdes. Connolly station se abre a la capital tras divisar casas de piedra por la ventana que custodian el Croke Park. Talbot street engalanada resume la ciudad como Atocha sintetiza LosMadriles. Entre el monumento a las víctimas de las bombas del 74 hasta la prepotente estatua del «prick with the stik» -Joyce- el acento cambia a multinacional presidido por el modernista y absurdo Millenium Spire.   O’Connel St, hilera de estatuas revolucionarias, Post Office de leyenda, acoge el desfile que ya comienza mientras huyo hacia el único puente que mide más de ancho que de largo.Estamos ya en el sur de la ciudad, rota por el Liffey a golpe de clasismo dejando un sur posh de rubias altas a la moda y un norte de pelirrojas espontaneas de risa fuerte.

Hacia el Trinity pasa el cosmopolitismo derivando hacia un Temple que evito como la peste. Pinta en John Mulligans, Paddy me avisa, JS al fondo, brindis con la black stuff, como ella, negra por fuera, roja por dentro, de verde vestida hoy. Dame street hacia Christ Church Cathedral, church of Ireland, St Patrick después, dos catedrales herejes para dejar una Pro-cathedral Roman Catholic escorada a babor.   Never mind, entre iglesias y pubs se engendran los personajes de una capital caótica de carácter. Nacen entre las esquinas sagradas de la dirty old town. Un personaje es aquella persona que se parece a sí misma, fuera de los ámbitos del uniforme social y la moda global. El personaje esculpe su rostro de alcohol con gestos de ingenio sarcástico.   Conozco a todos y ellos a mi mientras cantamos himnos revolucionarios de horizontes perdidos, amores imposibles y guerra contra los ingleses para, en «The International», unirnos a los perdedores del 68 y supervivientes hippies.  

  Pasa la tarde y mientras los guiris se van desmayando en delirium tremens, los aborígenes se ponen en forma «just the warming up» me decía AK entre risas y besos hace siglos, joven criatura delicada con hígado heredado de titanio.   Termina todo siempre en North Strand, John Cusack’s de familias enteras, bebiendo unidas, permaneciendo juntas hasta el closing time, apurando last orders entre risas. La trastienda de los pubs y su circunstancia son la otra cara de la literatura local, en una ciudad de 6-nobel-6 y ninguno, thanks God, es Joyce.   La noche pasa en verde esmeralda que irá al subconsciente de las memorias rotas que se purgarán a su debido tiempo y el day after es un camino de vuelta por Talbot street desierta entre zombis con piel gris y shaking incontrolable.  

El Liffey sostiene globos y oculta desaparecidos, ni resto ya de luna llena. Nadie ve nada en el camino, ni siquiera a dos héroes anónimos, currantes de la limpieza que doblan con primor una bandera tricolor: el primero desde el verde católico, el otro agarra el naranja protestante y entre doblez y doblez se encuentran, como sin querer, en el blanco imposible de la paz.

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