Se desinfló junio, rompiendo aguas tras mi aniversario como un arrebato histérico. Creíamos ya pasado el 40 mayo, tan mentalizados y contentos: celebrando protestas en Colón, eventos en casa, tomando cafés felizmente en la barra de un bar… provocando así a la vida a estrenar un verano apresurado. Entreé a trompicones, reestreno ingenuo de un tiempo que busca un streaptease de máscaras y demás interioridades. 

Y es que llevamos un año largo de clausuras itinerantes y el personal está deseando desnudarse, desflorarse, como si fuéramos ingleses borrachos arrojándose a un campo de fútbol lleno. Curiosa costumbre, por cierto, que nace de las educaciones victorianas represoras y de un infantilismo hooligan y puritano de islas aisladas. Aquí ya nos pasa lo mismo, claro, hemos igualado una zafiedad total por las generaciones nacidas en una democracia que son peor, con diferencia a cualquier comparativa.

Pero bueno, estábamos en la prolongación de mayo. Si, hasta que llegó la tormenta. Eléctrica, nos adjetivó el móvil bajando así diez grados de mercurio provocando un cansancio raro. Salta la alarma en los aprensivos, la angustia en los hipocondríacos y los sentimientos apocalípticos de los místicos sin vacuna. Las bajadas de temperatura causan más delirios que cualquier dolencia y a mí, por ejemplo, me devuelve un recuerdo eternoretornista de mal de astenia, dolencia tipo spleen cuya única ventaja es la repentina inspiración para escribir. Es ésta una escritura urgente, testamentaria, grave y honestamente decadente. La nuestra, vamos. 

La diferencia es que uno escribe con la templanza de tener ya medio siglo acumulado entre pecho y espalda, como un monedón de 50 pesetas del Generalísimo, medalla imponente de una época. Uno escribe compacto y escéptico, en el fondo como siempre pero más formal, por decir algo. 

Pero mañana llegará julio y eso son palabras mayores. Será tiempo de rematar memorias de Navidad, buscar a nuestra Holly y presentar manuscritos en septiembre con menos grados en el cuerpo.

Otro capítulo vital, otra historia, la misma vida procurado ser ya no descifrada, sino apenas entendida.

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