He visto ayer a los chicos de la industria audiovisual del Estado volverse a premiar entre ellos. Esta vez se llaman trofeos Feroz, o algo así, y sirven como antesala de la tele a ese espectáculo mitinero-activista-para-dummies que para el cine patrio son los Goya.

En estos «feroces» premios, leemos en titulares que la serie «Antidisturbios» ha sido la gran triunfadora. Trabajo dirigido por Calpasoro, gran director de tramas de corrupción, y que tuve la oportunidad de ver en su momento en la plataforma Movistar. Por curiosidad y media sonrisa, busqué más información de los premios para ver si en su recogida, el equipo técnico, artístico, folclórico… habían dado las gracias a la policía Nacional española por su ayuda en la realización de la serie.

Yo es que soy así. Un poco chorra, esperando una mínima acción noble aunque sea por vía diplomática y falsa. Pero no se produjo, claro, es que no espabilo. Ya les supongo avisados, aunque sea de oídas, de la polémica que suscitó esta serie en su estreno cuando, a los pocos días, se produjeron protestas de sindicatos policiales acusando al trabajo de manipulación y errores que llevan a una historia tendenciosa. Críticas más que justificadas al presentar a todo un equipo de la unidad de élite de los antidisturbios como unos sujetos con amplia gama de problemas psico-sociales que desarrollan en toda la trama, desde el capítulo de un desahucio hasta carga de ultras de fútbol, desvelando una ineptitud manifiesta para hacer el trabajo. Cuestión que deberán redimir los de «Asuntos Internos», claro, la rama salvadora que lidera una chica repipi que salva el honor de una policía corrupta por arriba e inútil por abajo. 

Si al director le alabo el talento por sus trabajos, así hago con los actores. No creo que el cine español esté falto de talento, ni mucho menos, y yo reconozco y reconoceré siempre las perlas aunque las lleve incrustadas el mismísimo diablo en el culo. Porque de otra forma me convertiría en espejo del mismo sectario al que ataco. No, la industria audiovisual española está enferma de ideología, politización y cobardía. Como, por otro, la gran mayoría social. No de talento.

La gran oportunidad de describir lo que es un grupo de élite de la policía como éste ha sido desaprovechado, una vez más, haciendo un trazo grueso, grotesco y plano del factor tanto humano como técnico. Dejar pasar la oportunidad de filmar la guerra moderna urbana desde la investigación de lo que siente un tipo de estos, genuinamente, es imperdonable. El problema de fondo es que desde hace tiempo, se describe a la policía con un perfil similar al delincuente, pero de este lado de la orilla. Se supone así, subliminalmente, que el perfil de las primeras líneas de vanguardia no es muy diferente en instintos y en códigos de unos criminales. Pero estos de azul, se supone, son de los nuestros. Error que impide acuñar el concepto del honor y servicio del que el autor de la obra obvia por definición. 

Mucho más agudizado, si cabe, cuando se habla del  «antidisturbios», que lleva aparejado el perjuicio del descontrol de la fuerza. Miren, suponer que un oficial antidisturbios es esclavo de su fuerza, es comparable a decir que un jugador de rugby es más incontrolable que cualquier otro deportista. Porque no hay más que investigar y saber que ese tipo de jugador es mucho más templado, controlado, y disciplinado que cualquier otro. Mayormente porque es consciente del daño que puede causar y del miedo a que se lo hagan. Dolor, disciplina y miedo son los grandes atributos de las fuerzas de élite en cualquier disciplina. Y los profesionales de nuestra policía lo han demostrado con creces siempre y más en esta época siniestra. 

Por tanto, como pueden suponer, no oí ayer ni una sola palabra de homenaje, aliento o agradecimiento del equipo de la serie hacia la policía nacional. Daría pena si no fuera que estamos llenos de asco a estas alturas. En todo caso, a los amigos de la policía, les aconsejaría que antes de dejar equipos e instalaciones, se leyeran los guiones del «artista» de turno y no se corten a decir NO. Bastante tienen las fuerzas del Estado en cumplir con un deber incomprendido, como para que encima vengan cuatro subvencionados a defecar en la placa.

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