Se abre Febrero, febrerillo loco, que decía mi tía Feli. En un día hemos pasado de Juan Bosco a Santa Brígida, manteniendo la helada matutina. El patrón del cine deja así paso a la patrona de Irlanda, incluso de Europa, dicen los fans del almanaque. Patrones ambos, en todo caso, de entes deshabitados de Dios cuyos puestos ignoran patronazgo alguno pues, tanto la cinematografía como Europa, están regidos por manos inmanentes de callo duro y puño ateo. Irlanda, por otro lado, en su catolicismo alcohólico bastante tiene con San Patricio como para festejar a una chica de Kildare de la que nadie se acuerda.

Llega febrero así al ruedo ibérico, mes cortado de fechas, para desarrollar su locura en un marco nacional perdido para la razón. Justo después del día de los wasaps de Puchi, nuestro embajador adolescente que hace prácticas en un Erasmus becado y pasándoselo bomba con su ego peinado estilo yeyé. El móvil, chaval, no da más que disgustos, lo tengo dicho y advertido, aunque el mensaje robado sea posado. Yo tardé mucho en tener telefonino, que dicen en Roma, porque no me gustaba estar controlado todo el día y sospechando que, una vez que lo tienes es el aparato el que te posee a ti. Sea en clave App, sms y demás cebos del Maligno para tenerte entretenido y matando el tiempo, ese crimen horrible que no es otra cosa que un suicidio dandi de la biografía.

A Puchi le ha enterrado el móvil, o por lo menos le ha ridiculizado. Porque tocado, ya estaba el hombre, como Mas y todos los bufones del capo Pujol; pero su móvil, en ese testamento virtual y público de Beatle dando una rueda de prensa, ha sido la puntilla. Cuando vi la imagen ayer me recorrió un escalofrío y no le por menos que abrir mi wasap alerta pensando en todo lo que debería borrar, que no es poco. No es la primera vez, claro, pues con los sms ya me pasó en una vida anterior, en una década más ingenua. Uno de los mayores dolores de mi vida fue ir borrando miles de sms no sin antes, por supuesto, ir copiando cada uno de ellos en un texto Word. La colección llegó a las 100 páginas en letra tamaño 10. Lo llamé “modernas cartas de amor” y viene a ser como “las amistades peligrosas” pero en epístolas de 160 caracteres.

Me vino así la memoria anglo y blues viendo a Puchi. Y fue entonces cuando abrí el ordenador e, invocando a Santa Brigit de Kildare, retrocedí dos décadas para leer un trozo pelirrojo y vital en cápsulas sms on the rocks con un amor sintetizado en sepia.

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