Gafitas de seminarista, con sus rizos peinados de chaval formalote y educado, José Ángel de la Casa nos acompañó en el fútbol antes de pasarnos al brutalismo radiofónico, adolescente y ultra, de Súper García.

José Ángel era la presentación educada de un espectáculo tan violento como zafio: el fútbol. Era, en sí, una metáfora, una puerta abierta y formalísima que nos introducía en nuestro primer fútbol, un juego que solo veíamos con emoción, dirigida por una sola voz. Una voz de director de orquesta que matizaba el juego en sus pases. Siempre mantuvo la compostura… hasta que llegó el “gallito” de Juan Señor, leyenda viva de España.

Esa desviación del tono, esa nota disonante, hizo que el “¡goooool!” del partido contra Malta me lanzase contra el sillón del salón, lleno de alegría. Lo he dicho muchas veces: entre los mejores recuerdos que me llevaré al Purgatorio están los del fútbol. En particular, ese gol desentonado que se convirtió en banda sonora inseparable del chute de Juan Señor.

José Ángel de la Casa murió justo después de Manolo. Fueron nuestra imagen de la inocencia del primer fútbol. Se nos van los testigos de la segunda infancia, se nos van, pero se quedan en el corazón sepia y gualda que se va haciendo oro viejo.

Descansa en paz, José Ángel. Gracias

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