En los tiempos finales del pasado siglo, vivíamos entre el «Primero de la mañana» y un «Polvo de estrellas», en lo que era la radio más erótica y valiente de España. Es decir, entre Antonio Herrero y Carlos Pumares que llegaba cuando el Butanito, la estrella, el único, el ¡Súper García!… por fin acababa de denunciar a medio deporte hispano. Pumares entraba en teoría a la 1 y media de la madrugada, pero eso no pasaba nunca. El depredador de las ondas iba a su rollo, temblando y mandando. 

Eran los tiempos de Antena 3, la mejor radio que se ha hecho en democracia y, por tanto, la más rápida en dilapidar desde el poder para convertirla en cadena de música de la mano de PRISA. Uno podía enterarse de la tragedia nacional escuchando a estos tíos, con la rúbrica final de degustar un arte, como es el cine, con Don Carlos Pumares. 

Carlos estaba en la clave años antes, pero yo era demasiado pequeño como para saberlo, a pesar de tragarme pelis y debates. Físicamente como Truman Capote, tenía un tono histriónico y una memoria privilegiada. Eran tiempos sin Internet ni demás virtualidades, en horas analógicas de madrugada donde, la España que no duerme, soñaba con imágenes de cine. Nunca entendí mejor ese arte como «fábrica de sueños» como cuando escuchaba a Don Carlos. Comunicador mayúsculo que hacía de su trabajo, nuestra vocación. Era borde, repelente, prepotente con una gran parte de su audiencia. Nosotros le amábamos y entre las sábanas pasábamos de una carcajada por una mala contestación, a una lágrima de celuloide cuando hacía un programa especial. 

Contestaba a las llamadas según el tono del comunicante. Así cuando empezaban con «Hola Cahloo» en plan canalla, te podías esperar cómo iba a ir la conversación. Le podían preguntar cualquier reparto y, sin dudas ni pc, te lo recitaba y comentaba una anécdota. Entre tanto y tanto, gritaba «OBRA MAESTRA ABSOLUTA»  y a la ambigua descripción confusa de una escena, te decía el título sin dudar. Lo mejor, sin duda, fueron los especiales del Monolito de «2001»: la explicación de qué rayos significaba el final (y principio) de la peli de Kubrick. En aquellas noches nos sumergíamos en la nave espacial, vigilados por el ojo rojo y criminal de la computadora HAL mientras nos emocionamos con su muerte cantada. Lo de menos era el significado del famoso Monolito, que podría ser Dios o el Arjé, porque la magia venía con la narración. 

Mi amor por el cine viene enseñado por un poker de maestros: Carlos Pumares, Carlos Boyero, José Luis Garci y Mark Coussins. Con esos cuatro entendí algo tan maravilloso como es el cine. No tanto por la sabiduría de dicho póker, que es enciclopédica,  sino por el contagio de transmitir un amor que está por encima de ellos. 

Se fue Pumares ayer y yo estoy de luto. Fue mi pionero, el iniciador para cómo se puede analizar algo tan mágico y complejo como es el cine. Gracias y gracias.

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