La política española del siglo XXI está llena de personajes extravagantes. Y cada vez más. Un personaje, no es sólo una persona que, queriéndose parecer a sí mismo pule con mimo su máscara, sino que inspira la imaginación del vulgo vistiéndose de arquetipo con ánimo de mito.

Así el personaje de nuestra época suele ser muy malo, astuto, retorcido, orgulloso, listísimo, seductor como el mejor psicopata y sin trascendencia alguna que le estorbe la moral. Es decir, el perfil que da juego a las intrigas con conflicto, enredadísima, como una serie entretenida que agrada ver y que nunca se vuelve a recordar. Nuestros personajes no tienen vocación de eternidad, mayormente porque por mucho encanto que tengan, su visión de la realidad es muy finita. Las agendas actuales se acotan en legislaturas y el poder posmoderno, identificado por la política, encoge cada vez más el tiempo.

Uno de mis personajes favoritos en esta temporada de la serie «democracia española» es Yolanda Díaz. Siempre me ha gustado, lo reconozco. Desde que la veía en la tele con el otro gran sujeto Ferreras (Ferri para los amigos de Florentino), mientras nos hablaba con acento gallego diciendo las mayores atrocidades pero que sonaban maravillosamente en su tono de voz combativo y con saudade.Cuando llegó al poder nacional de la mano de Pablo Iglesias (alfa top de la lista) mejoró con creces la imagen que yo tenía de ella. Me descubrí tener solo ojos para Yolanda entre todo el gabinete caligari y durante el telediario comentaba con preocupación en casa: «a ésta la van a dar el premio a la mujer más elegante del año». Premio que no dudo de que la van a conceder y que, por supuesto, no será por buena intención, sino para hundirla. Pues no corresponde que a una mujer comunista se la den premios con contenido de valor burgués. Supondría una catástrofe como la mítica mansión de los señores Iglesias: su principio del fin.

No se me ocurre decir nada negativo sobre el vestuario de nuestra Yolanda. Me parece impecable y muy femenino es decir, no feminista. Su punto sublime fue cuando visitó a Bergoglio en Roma vestida de Anita Ekberg, detalle que, por supuesto pasó inadvertido para un mundo al que la «Dolce vita» y Fellini queda muy lejos. Pero no para Yolanda que se presentó rubia en blanco y negro ofreciendo a Jorge una estola morada bordada por ella. Si entonces ya la admiraba, fue en esa visita cuando me conquistó del todo: no hay como ver a una falsa comunista sonreír a un papa agnóstico en un Estado trampa. Vi el símbolo enmarcado en esa sonrisa que le hace esconder los ojillos galaicos, para ocultar así su pensamiento.

Si ya entonces la visita era un exitazo, pocos nos podríamos imaginar su ascenso a un piso superior con la invención de «Sumar». Yolanda, Caperucita entre lobos, entre Pablos y Pedros, eligió a éste último para inventar una «extrema izquierda» sistémica y de diseño. Lo hizo nada menos que abandonando a la persona que le había colocado en la vicepresidencia. Hay que tener valor y estómago para hacerlo a pesar de Évole y demás. Canalizando todos los odios que desde la izquierda tienen contra Iglesias. No es fácil liderar una pasión destructiva pero el odio, todo hay que decirlo, es lo que une al corazón de la izquierda. Yolanda tiene en sus manos, nada menos que la desaparición de Podemos en unos meses. El sueño morado puede durar una década de gloria, convertirlo en mito desguazado al que fue la corriente que osó a dejar frío al Estado. No me cabe duda de que tiene un gran maestro, o Maestre, que es el presidente Sánchez. Insustituible en éste juego. Pero para aprender, hay que estar a la altura. Se dice que las chicas feas aspiran a ser «resultonas» mientras que las guapas pueden ser esclavas de su físico. Yo me quedo con las primeras, son más resolutivas porque se lo curran más. Y así como, por ejemplo, Macarena ha perdido hasta su belleza lozana por no saber qué terreno pisa, Yolanda cada vez está más atractiva pisando fuerte. Veremos.

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