La primera vez que vi «la caza» fue por la noche y yo era demasiado joven. Aunque no me enteré de que iba, en realidad, la película. Porque más allá de una cacería de conejos, tuve una intuición de que el mensaje era otro y esa era otra forma de hacer cine. Yo era muy pequeño y no recuerdo cómo me dejaron ver esa película. Apenas había visto cine y mi visión era naturalmente muy discursiva para andarme con dobles sentidos. Gracias a Dios desarrollé la visión pronto tras dos iniciaciones inesperadas: aparte de la película mencionada, fue Buñuel, otro aragonés, quien me abrió los ojos con su Ángel Exterminador. Dos ejemplos de narrativas que indican que bajo las imágenes, hay algo más subterráneo, perturbador e interesante. 

Lo que hizo Saura era introducir en el ambiente artístico patrio una especie de cine arquetípico, metafórico o alegórico donde,  sobre la base de una historia más o menos normal con trama típica, cada personaje representaba una idea. Me pareció muy interesante, a pesar de que la visión que yo adoptaba de esas ideas era lo contrario del director. Al poco tiempo fui escarbando en su trabajo: «Mamá cumple 100 años» me deslumbró por su dureza mesetaria, «Ana y los lobos» me desestabilizó gratamente, «La prima Angélica» me cabreó haciéndome sonreír, «Cría cuervos» me sacudió el aplauso, a pesar de padecer a una insufrible Jeanette que inventó la banda sonora de la posmodernidad en España. 

Esa etapa es para mí la más interesante de la obra de un tipo tan polifacético como talentoso. Comenzando por «Los golfos» hasta su «Deprisa, deprisa», Saura desarrolla un cine inédito en España con un riesgo tremendo pues no creo que sea una labor accesible para el gran público. Mérito sin duda, de Elías Querejeta, el gran productor que le «dejó hacer» a pesar de que no era un labor fácil. Hacer cine no es poner la cámara aquí o allí, el sonido, los decorados…no, eso lo hacen mejor los técnicos, el director es aquel que tiene una idea personal, entiende el medio como un todo, y su objetivo no es más que plasmar fielmente esa idea aunque no la entienda nadie más que su productor. 

Saura llegó muy lejos con sus metáforas, quizá lo más lejos que pudo, pues hacer un cine de arquetipos no es fácil si no se llega a humanizar al personaje y verle como persona, no como idea. Yo aprendí muchísimo con su obra porque, en el fondo, entiendo y comparto su punto de vista aunque la cosmovisión sea opuesta. A partir de «bodas de sangre», me desconecté de su mundo y solo me asomé para ver «La noche oscura» y fue por admirar al inmenso a Juan Diego. 

En fin, don Carlos Saura DEP y gracias.

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