Ha muerto Juan Diego. El actor que está entre el señorito chulo de Los Santos Inocentes de Delibes y la mística de Juan de la Cruz con Saura, deja una carrera tan fecunda como imborrable. Ejercía un magnetismo de carácter cuya principal arma, era el tono cuidado de expresión. Hace tiempo, cuando el Alatriste de Reverte no estaba ni siquiera planeado como película, yo siempre pensé en este actor como ideal. La casta macho de voz rasgada y la «academia» del teatro donde había ejercido, le hacía componente de una vieja escuela con fundamento en la memoria y el rigor. Todo lo contrario a la «espontaneidad» que, como explicaba nuestro inolvidable Pepe Sancho, era la puerta a la entrada del fracaso en el oficio. 

Los registros de Diego dan para hacer de todo, desde un santo a un golfo con la misma naturalidad. Verle como señorito cazando o como santo preso entre penumbras me produjo sensaciones que nunca olvidaré frente a una pantalla de cine a la vez que me dieron luz sobre tantos caracteres.

La diferencia entre actores, dando por supuesto que es una profesión que en sí exige un mínimo nivel intelectual – como apreciamos cada día cuando hablan estos sujetos- está en forjar un personaje desde la técnica y la vida sin absorberlo ni hacer pantomima. Se se entiende fácilmente que el personaje está a años luz de la persona-actor y esa es la magia de la actuación. Trabajo donde interpretar a genios no significa que el actor, por supuesto, lo sea. Hace falta un ejercicio de vacío en la personalidad, un dejarse moldear por el papel para que, en caso de tener algo dentro (hoy en día, nada), utilizarlo bien en función del personaje. Juan Diego tenía mucho dentro, de conocimiento, técnica y vida, a la vez que era consciente de sus limitaciones lo cual, con disciplina y fidelidad al papel y a sus directores, le hizo brillante en su carrera.

Cuánto deberían de aprender de esta vieja escuela los actores jóvenes que, sin haber leído nada, juegan a saberlo todo desde esa trampa de la «espontaneidad», actitud que expone más ridículo que virtud. Con Juan Diego se nos va mucho, muchísimo, más de lo que pensamos. Se va una escuela de actuación a la que no vemos relevo fácil. 

Juan Diego DEP

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