Llegó anunciada por tres noches de viento y frío y nos quitó la astenia sin contemplaciones. Se lo agradecemos efusivamente, en su Trinidad de avisos bendecida por San José. Llegó como una mascletá de viento, inventando una sinfonía propia que se hace más protagonista en la noche; provocando unas corrientes en todo el palacio, quebrando puertas, violando ventanas. Este ambiente es, desde luego, suficiente para agradecer la inspiración que nos había intimidado la temida astenia.

La primavera es época peligrosa y a cada uno le afecta de una forma. A mí me produce esplín, o «spleen», si nos ponemos aún más vacilones. Sentimiento éste pequeño burgués y sobrenatural por superposición de pulsiones naturalisimas que desembocan en una sensación de hastío. Hastío dandi, eso sí. No de mero bajonazo depresivo que provoca inacción, sino una cierta desgana creativa que obliga a un poema puntual de verso libertario. El esplín se tiene todo el año si uno es proclive, no nos engañemos, pero se descubre inevitablemente, de forma molesta, en el calorcillo tierno y bobalicón de la primavera. En ese jardín de almendros que brotan haciendo juego con bellas muchachas en flor. Lo observamos con nostalgia platónica y sonrisa chorra, produciéndonos una mezcla de obra proustiana que busca el tiempo perdido y una rabia de poeta maldito reñido con la vida. Dos versiones decadentes para falsear una vida y hacerla, de nuevo, habitable. 

Este juego bobo se acabó por fin, gracias, por el viento de estos días que nos ha tejido San José. La música de los espíritus guerreros nos despierta las pesadillas de la noche, quedándonos los pies fríos con nostalgia de cucharitas. Porque entonces ya no hay ya esplín ni leches. Ni siquiera «spleen». La vida en estado bravo vuelve a hacer de despertador por las rendijas de la ventana. Entonces nos desvelamos, nos abrigamos buscando una manta urgente y volvemos al Rosario interporal de madrugada, a la mediación mental, o al fantasma último del recuerdo de abrazos en el costado. 

Cuesta un poco el sobresalto, pero se agradece. Cambiando los sueños, cambia la vigilia y hasta el intervalo becqueriano que hace frontera de ambos. El reseteo, palabra ya familiar, se hace alba para entender el nuevo día. Y ya no hay esplín, no hay astenia, no hay evasión. 

Sólo nos llega la Buena Nueva de estar a una semana de otra Pascua, nueva Pasión. Y eso son palabras mayores que hay que agradecer. 

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