Ayer el ministro de la cosa confirmaba la inexistencia del «comité de expertos» casi al mismo tiempo que negaba la segunda «ola» de la pandemia. Todo en una rueda de prensa soporífera de calor de julio donde, apenas antes, habíamos asistido a la matinee del estreno de doctor Sánchez con lluvia de aplausos sin distancia de seguridad. La España oficial, el Estado, en fin, se publicita así entre mentiras y verdades ocultas mientras la realidad, el gentío, malgasta mascarillas torcidas sin saber a qué atenerse. El tema sería de ópera bufa sino fuera por la tragedia interior que encierra. 

Los comités de «sabios», «expertos», y demás secuaces adornados de este tipo de honores mayestáticos, nos retraen a la época del gran Zp, el portador del «Pensamiento Alicia» que tan genialmente describió el maestro, este sí merece tal título, don Gustavo Bueno. Zp acudía siempre al aval propagandístico de la figura del «Comité», para avalar unas conclusiones propias que no nacían más que de su prejuicio ideológico y complejo de inferioridad. Así tuvimos que aceptar asombrados todo tipos de comité que con el nombre intimidatorio de «Sabios», dictaminaba sobre asuntos complejos cuyas conclusiones caían sobre el vocablo «Verdad». Zp se pasó dos legislaturas repartiendo «verdades» con coartada de «comité» hasta que arruinó y aburrió al país. Su legado dejó taras mentalmente cancerígenas como «la ley de la memoria histórica «, «la ley del aborto «, todo tipo de leyes de género, todos los prejuicios antitaurinos… etc hasta que acabó con algo tan inútil como aquel «programa Ñ» que disparó definitivamente la crisis del 2008, esa que se bautizó como «desaceleración del crecimiento». Sí mirarnos en la hemeroteca, detrás de todos esos desastres había un «Comité»: ese ente hetéreo, no visible, hermético y discreto que se correspondía más al oráculo de delfos que a otra cosa. 

Zp lo explicaba siempre con esa sonrisa de pose tímido, sus manos clericales de canónigo hipócrita de pueblo, y el tono amanerado a bajo volumen que ha creado tanta escuela. Hizo del «comité» un arte que le hacía intocable al aparecer en congresos y ruedas de prensa como diciendo: «me lo ha dicho el comité y eso es lo que hay», con su risita tímida de niño bien de León. 

Ahora la nueva generación, no sabemos bien si es por cansancio, hastío o por falta de talento, nos descubre que, por supuesto, no hay Comité alguno. Que, como el oráculo, es una chorrada para decir al pueblo algo contundente cuya fuente oculta es propia. Illa quizá es más listo y sabe que a este pueblo le vale todo, con comité o sin comité, y que no hace falta enrollarse tanto. Porque la única verdad, esa que no hace falta ni descubrir, es que su partido no cree en la Verdad, sea ésta científica o de otra índole, sino que cree en el Poder, esa fuente de la que emana todo. No les hace falta ni comité, ni oráculos, ni delfos porque, como vimos ayer, les valen los Césares Visionarios a los que se vitorea por nada y al que no hay que guardar distancia. 

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