Saltamos el mes como se salta un pozo oscuro. Marzo ya es historia y ayer noche arranqué las hojas de calendario con una intensidad especial, como se arranca un telón apolillado. Descorrer las hojas notariales del tiempo me ha parecido siempre una liturgia digna de respeto. El hecho de apartar el tiempo, aunque sea en forma simbólica, es como desplegar una ventana al porvenir y cerrar un arcón a recordar.

Antes de clausurar este mes maldito, me entretuve mirando alguno de sus dígitos tomando conciencia de lo intenso que había sido. Nunca me había pasado antes, ni siquiera cuando paso de año en nochevieja y a uno le da por recordar anécdotas en bloque. Sin embargo hay meses y meses. El de Marzo, como comentábamos ayer, encierra en sí dos mundos cuya ruptura oficial es un maldito día 8. A partir de ahí, las casillas adquieren aspectos de trincheras amenazantes, de contenedores con la responsabilidad de almacenar bolsas densas de tiempo. Me fijé en la hoja y la fui quitando con rabia de los tres calendarios que tenemos en casa. 

Apareció así Abril, mes de otra época. Un Abril que trae un Viernes de Dolores, una Pascua y un cierre, siempre si Dios quiere, que traerá la primera fiesta grande de la familia tras los Reyes Magos. 

Da vértigo mirar a tantas fechas. Joyitas amenazadas por un entorno ladrón que empieza con registro record de muertos donde se espera una famosa curva que no parece llegar. 

En todo caso viviremos el día a día como no lo hemos vivido nunca: en plan monasterial, a cámara lenta y con esperanza. Es una nueva forma de vivir desde un nuevo punto de vista. No se cambia la consciencia sino por el giro del punto de vista, y eso es bueno. Hay que aprovecharlo. 

Lo que siento es que en mi casa de Madrid sigue siendo Marzo. El taco del Corazón de Jesús que tengo imantado en la nevera espera impaciente que arranque sus hojas.

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