AGRIGENTO SICILIA MAGNA GRECIA
Magna Grecia

Vuelve  a aparecer Grecia en Europa tras un domingo electoral y populista. Desde mi isla esmeralda se celebra el resultado electoral en la facción rojinegra en una Pandora vestida de mito que me dice que ha mandado un email desde su caja mágica a la embajada griega en para felicitarles.

Brindo por su dicha mediante wasap y me vienen a la memoria nuestras primeras conversaciones políticas, tan perturbadoras, mundos parte, allá entre islas. Broncazos tremendos de cosmoviones que silenciamos ahora, tan cómplices, gozando el reposo que da el tiempo. Hablamos y me manda un regalo nostálgico: aquel video del partido glorioso que disfrutamos en el primer norte del Edén, mucho antes de la Caida al Logos.

Jugaban alemanes y griegos en partido a segunda vuelta. Lo narraba una voz británica que lamentaba que, una vez más, Inglaterra no estuviese ahí, eliminada tan prematuramente. Estábamos en los últimos 70 y, con los primeros sonidos, me invaden las neuronas en esa memoria de voz metálica que navega desde las gramolas hasta los puntos de Eurovisión.

Se jugaba en Munich. Era la gran Alemania capitaneada por el gran “Nobby” Hegel, cerebro dialéctico encargado de liderar en clave dialéctica un 4-4-2 muy idealizado en cuya portería estaba Leibniz, protegido por Kant de central, haciendo pareja con el mencionado Nobby dejando a Schopenhauer muy escorado a la izquierda y un tal Beckenbauer, sorpresa desconocida para todos, completar la defensa. Dos volantes de contención: Shelling y Jaspers dejaban más libre a Shlegel y, sobre todo, al voluntarioso genio de Nietzsche para enlazar desde lo alto con la vanguardia de Wittgenstein y el matador Heidegger.

Los griegos, por otro lado, llegaban en actitud mucho más conservadora por realista, y capitaneados por Heráclito, formaban con Platón en la caverna de las mallas, el estilista Epicteto como lateral, centrales Aristóteles, Sofocles y Empédocles dejando a Epicuro como marcador. En el centro Plotino, Demócrito, y como “número 10” a Sócrates para intentar enlazar arriba, muy solo, con Arquímedes, en quien se confiaba como rompedor inspirado.

El ambiente en el campo estaba bastante caldeado: el trío arbitral con mucha experiencia lo formaban Confucio abanderado por Tomás de Aquino y Agustín de Hipona. Comenzó puntual con su reloj de arena, con turno para Alemania y tras el pitido inicial Nobby Hegel se da la vuelta hacia su campo mientras los griegos observan a pelota.

Un paseo de desmarques en Alemania se envuelve en las ideas Hegel en profunda discusión con Kant que le espera en el sitio mientras que Grecia agita sus túnicas entre sofismos. El comentarista inglés narra el evento con tremenda, esa emoción tan aprendida en el cricket, actividad donde solo gente embrutecida como yo, percibe que no pasa nada.

El partido no cambia, el balón sigue estático en el centro de la acción pero no los jugadores, de hecho Nietzsche ya ha sido amonestado por dirigirse a Confucio y acusarle de tener poca voluntad. El árbitro le perdonó la roja apelando al limbo. Visto lo visto el comentarista da la señal a Londres avisando que volverá si aparece alguna novedad tras volver a lamentar la desgracia de su Inglaterra eliminada con su famoso trío Hobbes, Hume y Locke.

Se retorna la conexión en los momentos finales, dos minutos para acabar, el balón inalterable y empate a todo. El entrenador tedesco, Martín Lutero, se la juega y saca a calentar a un revolucionado Marx al que pide transformar esto. Se pide el cambio por Wittgensteing y entramos en un final de vértigo.

En la zona griega algo se mueve, su gran inspiración, Arquímedes  grita  EUREKA y avanza al centro para despertar al esférico dando un pase a Sócrates, que reacciona en pared perfecta, vuelve a recibir en dialogo conjunto, pasa por el medio de la defensa alemana, levanta la cabeza,  pase en profundidad a Heráclito que ha vuelto a cambiar de posición a la derecha, supera a Hegel, centro medido que finaliza Sócrates de cabeza batiendo a un desconcertado Leibniz.

El público grita, los jugadores alemanes pierden las formas, Hegel dice agresivamente que la realidad es meramente una realidad apriorística de éticas no naturales, Kant cambia su paseo desde el imperativo categórico para sostener ante el impasible Confucio que ontológicamente ese gol solo existe en la imaginación, Marx finalmente dice que era fuera de juego. Nietzsche es expulsado directamente.

El comentarista inglés no puede disimular su alegría de ver perder a Alemania, y ya grita sin flema alguna como un buen hooligan grita:

¡¡THE GREEKS ARE GOING MAD, THE GREEKS ARE GOING MAD !!

 

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