Uno de los mejores recuerdos que tengo del colegio son las clases de filosofía de COU. En mi bachillerato siglo XX de ciencias puras, fue de las pocas cosas que aprendí en una institución que, para mí, no significó nunca nada. No porque lo pasara mal, sino porque el colegio, el kínder y todos esos inventos del Estado, solo funcionan para los que no están a gusto en casa, así como el trabajo es el refugio de los que no saben que hacer en la vida, dicho sea de paso.  

Eran unas clases iluminadoras dadas por un sujeto chulillo, aspirante a jesuita y con actitud muy a la defensiva, entre otros defectos, pero con indudable amor por su materia y capacidad de enseñarla.  Yo siempre he sido lo suficientemente delicado para diferenciar la gilipollez y el talento, quedándome siempre con esto último, eligiendo así lo mejor del prójimo. Porque si el Mandato Divino nos obliga a tratar bien a tal sujeto, es obligado agudizar la vista hacia sus potenciales valores. De filosofía yo ya sabía algo de mis tutorías caseras, único y ultimo lugar de aprendizaje de mi vida, bajo la tutela intelectual de mi tío. Miembro de la Compañía de Jesús, socio compañero de futbol y segundo padre. Así entre jesuitas familiares y oficiales, me otorgaron una formación filosófica excelente. Tan buena fue que me costó trabajo y tiempo su refutación y destilarla de sus no pocos errores, quizá bienintencionados, pero errores. Es lo bueno de haber amado profundamente a la Compañía, porque el enemigo solo se destruye y descubre desde el amor, como bien sabía el refinado odio de Nietzsche.  

La filosofía escolar se había explicado en BUP por temas y en COU desde la historia.  En la selectividad nos tocó a elegir textos de Marx o Aristóteles y creo que lo hice perfecto. Hubiera preferido a Sartre, que es el mejor escritor junto con Nietzsche, pero sabíamos que Marx iba a caer y era el más sencillo en la falsedad de su pensamiento.  

Desde ayer, todo esto es historia, batallitas de viejo, como la mili en fin, que me hago mayor. Ahora estamos en una Agenda donde un grupo de enfermos mentales llamados Políticos, ordenan a unos enanos mentales llamado Pueblo a ignorar la forma de pensar de unos Gigantes. Gigantes, que no significa Sabios, que han utilizado el lenguaje para crear mundos, esos son los peores filósofos, o para descubrirlos, que son los realmente buenos. Porque la Filosofía con mayúsculas, no es más que pensar “de otra manera”, siguiendo la música de un murmullo privado de unos elegidos que han construido, nada más y nada menos, que el Mundo. Casi nada. Ojo, no confundir con la Realidad, ni siquiera a la Vida aunque lo pretendan en su soberbia sin saber que eso es de otro ámbito del todo inabarcable. Sino del Mundo y su mecánica y “Esto”, que es del todo fundamental para siquiera enterarse de algo… ha sido eliminado de los planes de estudio.  

Puede ser ignorancia o una gran maldad. O las dos. En todo caso no nos engañemos, la filosofía como asignatura, no ha interesado nunca a nadie desde hace muchas generaciones por lo que no se va a notar. Incluso las escuelas y facultades de filosofía se han convertido desde hace tiempo en núcleos de propaganda o, como mucho, sucedáneos de teorías del conocimiento. En un mundo irremediablemente perdido, cuanto antes se provoque su final es quizá mejor y nos acordamos de una literatura distópica que abarca mucha filosofía desde Matrix al Fahrenheit pasando por mundos felices. Las élites y sus hijos seguirán enseñando filosofía por supuesto, pero serán los hijos del Pueblo en su podredumbre los que serán privados de saber.  

Allá ellos.  

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