Era 2009 y el mundo nos vendía una nueva gripe A, subtipo H1N1, popularmente llamada «Porcina». Tenía las mismas características de la gripe «Aviar», última creación de un siglo XX que se fue así estornudando de pena. La gripe Aviar, también A, subtipo H5N1, fue posiblemente la primera pandemia «profesionalizada» y desenvuelta mediáticamente. Sale de Hong Kong e inmediatamente el fantástico trío: industria farmacéutica, poder público y medios de comunicación, desarrollan una historia desde su génesis hasta su fin donde se desarrollan el pánico de una población predispuesta al temor. 

Yo estaba entonces en Irlanda y un buen día empezamos a toser en la oficina. La historia es larga pero vamos al grano: mi secretaria Jane me pegó la tos, el doctor Malloy lo diagnosticó como Swine flu y me diagnosticó ese medicamento infernal llamado Tamiflú. Medicina prohibida 2 años antes en China y consumida en el resto del mundo como panacea de la gripe. Sin embargo esto es lo más importante: fue la causa fundamental de la «introducción» de la inesperada gripe Porcina para vender el excedente de cajas comprados para el Aviar quedaron sin usar por los gobiernos de turno. El Tamiflú caducó en el 2010 y, oh milagro, a principios de ese año se curó milagrosamente la Swine flu cuando los medios dejaron, de un día para otro, de hablar del tema. 

Yo me curé por los cuidados de Pandora cuando me visitaba en palacio con frascos de alcohol desinfectante, comida y demás. No desde luego por el Tamiflú que era malísimo. Viene este rollo para presentar un escrito de aquella época que tenía por ahí, e intentar atar cabos con este festival de las pandemias. El Coronavirus no es más que un producto genial de las gripes A. El más sofisticado del producto de las mentes malvadas. Entendamos la película: son pandemias de diseño donde el objetivo no es el número de muertos, insignificante desde una visión histórica, y calculado desde la estrategia, sino la capacidad extraordinaria de conducir a una especie humana hacia su destrucción anhelando la esclavitud por ignorancia y miedo e instaurar nuevos sistemas. 

Esto acaba de empezar, señores. 

Dublín, otoño de 2009

“todos los males le vienen al hombre por no quedarse quieto en su cuarto” – Pascal

Jane es irlandesa y morena. Es de estas mujeres que tenemos en la isla cuyo árbol genealógico ha sido regado en algún momento por el encuentro entre los restos del naufragio de la Armada Española en Kinsale y las hijas de Dagda bautizadas por San Patrick. Una buena mezcla entre aquellos españoles que, agotados en una isla de lluvia entre la Patria y la Conquista, decidieron curarse el fracaso entre mujeres rubias y cerveza negra. Delicioso amparo, indeed, de hembras con energía pagana imbuida por dioses broncos con barba y pulidas en la visión estética y modales de un catolicismo popular que pulula entre el rosario y la pinta.

Jane tosía levemente estos días en la empresa. Nuestro bunker es un casetón antiguo con fantasmas y escaleras de moqueta roja que desembocan en reconvertidas salas de juntas que apenas ayer eran confortables habitaciones de chimeneas, abuelos contando historias y niños correteando alegres. Jane ha estado tosiendo por los corredores de palacio como una damisela romántica con pañuelo blanco estos últimos días.

Ha tosido pero nadie lo ha advertido, of course.

Y eso es así porque aquí todos tosemos. Esta zona del mundo, y mi empresa en particular, es un coro malo de estornudos, bronquios alterados y toses profundas. Los niños irish y los anglos tienen en común esa tos y ya nacen con gesto de fumadores precoces y cara de tipos listos que escupen en el asfalto. Lo dan los genes y a los aborígenes no les afecta. El problema lo tenemos nosotros, los mesetarios, acostumbrados a climas mas civilizados y que, viniendo aquí con espíritu de cruzada, nos quedamos en nada cuando nuestras carnes palidecen ante un sol existencialista.

Si, todos tosemos en la isla y los virus se mezclan en el aire para hacerse fuertes entre calefacciones y aires acondicionados. A esto hay que añadir la famosa “Hay Fever”, una fiebre que te sostiene en un estado permanentemente alucinado ofreciendo diferentes puntos de vista de la realidad (no hay mas que leer mis post para entender de que hablo). Si a este estado se le suman las Guinness del fin de semana podemos entender por fin de donde viene nuestro realismo mágico y nuestro ecosistema protector.

Sin embargo esta plaga, esta enfermedad de moda, ha hecho entrada en nuestra fortaleza y eso puede ser fatal. La secretaria ha llegado alborozada esta mañana para indicarnos que la delicada Jane tiene la Swine Flu y está en casa en cuarentena. Hemos dejado de toser todos y nos hemos abalanzado hacia las botellas de alcohol para darnos baños enteros del mismo. La oficina huele a pub en horas crepusculares y más de uno va a tener la excusa para venir “preparado” desde casa sin levantar sospechas. Incluso veremos a algún “notas” con mascarilla dentro de poco. Siempre hay uno, siempre.

Dicen en la empresa que se lo ha pegado una amiga que ha estado de viaje, o algo así. Estas enfermedades de la globalización son un fastidio y la gente, que no se puede estar quieta, las coge enseguida. Si se estuvieran en casa tranquilamente, sin salir “al extranjero”, leyendo y reflexionando como Kant nos vendría mejor a todos, pero no hay manera.

El personal está inquieto y se observa las manos recordando cuando saludaron por última vez a Jane. Ahora su presencia en clave de recuerdo se funde con los fantasmas de la casa y todo son temores. La gente empieza a pensar que le duele la cabeza o que están muy cansados. Hay un clima de enfermedad en barco a la deriva.

Yo mano un email a la dulce Jane y por estas cosas no me preocupo. Frente a todas las pestes creadas o ficticias, naturales o artificiales, siempre hago lo mismo: rezar en la iglesia al alba con las mujeres que sostiene el mundo y no preocuparme por nada malo.

Amen.

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