Las Pascuas cada vez se revelan más en ascuas. Las fechas que marcan el nacimiento, muerte y resurrección de Cristo, Rey del universo, se están concentrando de maldad y mundo carbonizado. Si la Navidad está ya totalmente invadida por ese fuego fatuo inflamado de cursilería sentimental de diseño anglo, bragas rojas, black friday, papanoeles bujarrones y chorradas varias que, en su ornamento vacían el contenido de un Milagro, es en Semana Santa donde la embestida laica se crece de año en año.  

A pesar de todo, esta última Pascua se resiste porque aún queda un vestigio de bastión católico irreducible que no es fácil de sofocar. Está sobre todo en las cofradías procesionales, ese catolicismo de pueblo-para-el-pueblo que felizmente aleja a unos clérigos cansados y sin fe y se acerca a un prójimo que, quizá no cree tanto y que apenas podemos ver más que de costalero y capirote, pero que en su ateísmo fetichista y esfuerzo conserva en su intimidad más verdad que todos los seminarios posmomodernos.

Las cofradías tienen sus historias, ya lo creo, rivalidades y manías, escalafones caprichosos y batallas internas, envidias, claro, pero al final lo que importa es el silencio ante el paso, la figura, la forma, el arte… esa obra que nos hace mirar más allá, “al otro lado” que recorre desde la nostalgia del Logos al recuerdo de una madre. La ausencia de forma es la mayor de las herejías, la negación del genio espiritual católico que no es otra cosa que el Cuerpo y la Sangre. No es extraño que el primer instinto del diablo sea el destruir templos, altares o figuras. Así triunfó Lutero arrasando espacios sin nada dejando una espiritualidad hueca e higiénica que dará fruto a los famosos “minutos de silencio” masónicos, principal nido de invocación al mal y fuente de infección primera.

El ente católico español de cofradía, incienso y costal nos ha salvado de una clase clerical que, desde no pocos escándalos y traiciones, no ha estado a la altura de Lo que lleva entre manos. A España la salva y la salvará las Mesetarias policromadas, las Notre Dame sufrientes, las Angustias incondicionales que acompañan a Cristos ensangrentados (no resucitados ojo, porque no sabemos hacerlos bien, mayormente). La figura de la Madre, en fin, que representa María es el gran valuarte y que es negada, por definición, desde cualquier tipo de pensamiento feminista que pasa del Fiat Voluntas Tua al mayor de los errores: la autoafirmación.

Y esto será así hasta que llegue el cercano día en que una generación no lo entienda, como estamos ahora. Generaciones malditas y sin madre (o dos ó 5, que es lo mismo que ninguna) y que riéndose de la caída de un Cristo,  hagan chistes sobre la quema de un templo. Y poco a poco, en fin, de un día para otro, así se terminará quemando todo porque quizá, en fondo y forma, ya estamos quemados aunque no nos enteremos, entretenidos em maquillar un alma cubierta de cenizas con lifting.

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