Se ha muerto Manolo el del Bombo y lo siento muchísimo. No sé ni siquiera su apellido pero le define el sonido de su labor.

Le conocí antes del Mundial 82 que es mucho conocer, qué viejos somos. No quiero hacer las cuentas porque me salen casi 50 años, y cuando se empieza así uno termina dando la paliza contando batallitas. Lo cual, no es un problema para mí, porque me gusta tanto recordar cómo descubrir porque ambos ámbitos son imprevisibles. Uno recuerda las cosas cada vez de diferente manera hasta hacerse con el olvido definitivo.

Manolo siempre fue físicamente igual, lo cual es un desconcierto: la misma barriga, el mismo ímpetu de energía desbordante y la misma calva que da, por otro lado, una juventud permanente para los tíos.

Debo decir que a mí los bombos, el aplauso y los cánticos en el fútbol no me gustan mucho. Soy de Valladolid, del Estadio Viejo y mucho antes de los tiempos de Manolo. Me sentaba en tribunas acompañado de tipos viejos y con voz ronca y Jesuitas resabiados que, no sólo no animaban, sino que analizaban el fútbol entre farias, silencio y alguna blasfemia (alguno las vocalizaba otros nos las tragábamos, como buenos chicos).

Porque esto del fútbol guay, moderno y tal, no se vivía en los viejos Sanedrines del sufrimiento (a lo mejor al final del partido se animaba algo pero sin mucho aspaviento. Sin embargo me gustaba para la tele, el ambiente, y tal. Yo cuando asistía al estadio era como ir a misa pero mascullando tacos y con la mente en 4-4-2. O sea, una experiencia mística.

Manolo ha caído y le respeto aunque, menos mal, no he tenido la “suerte” de aguantar 90 minutos con el puto bombo.

Manolo, grande de España, DEP

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