Es el fin de Ciudadanos. El fin oficial, pues el real fue cuando se consumó aquella debacle que llevó a la dimisión de Albert Rivera. Fue en aquellos años de una primera década de siglo. El niño superdotado de la política que, desde Cataluña osó presentarse desnudo a la luz pública, desarrollando el himno de «libres e iguales» en una tierra de catetos y caciques. Movimiento necesario que aplaudimos en su día: por venir de donde venía, sonar a estilo Boadella y romper muchos complejos estructurales.

Ideológicamente fue liberal, muy ambiguo en los fondos pero bien plantado en las formas, gracias al puntal de la señora Arrimadas. En duetto, ganaron mucho en Cataluña cubriendo el cuerpo de un PP podrido que les hizo ser trampolín para el gobierno del Estado. Salto que se demostró tan deslumbrante como mortal en aquella época de saltos sucesivos, donde nuestro Albert, en fin, se pasó de rosca en el triple salto electoral. El eufórico Albert se dejó llevar. Sin ver con atención la película en su conjunto, dejándose llevar por la estrella de un protagonismo con un rol equivocado.

Albert debería haberse olvidado de sí mismo, crecer para haber sido el Suárez de la segunda transición que soñaba y que el país hubiera aceptado. Eligió así ser un mártir maldito lleno de ego pero con el amor de Malú, lo cual igual es mejor, no sé. Eligió no ver a sus dos enemigos políticos en una perspectiva temporal que le hizo no entender la caza. Podía haber rematado a un cadáver exquisito como fue Pablo Casado, qepd, y aprender de un malo listísimo al que se podía vigilar desde el poder. Desde ahí se podría haber hecho líder de la oposición y el siguiente en turno. Rivera no demostró cintura al oponerse a la investidura de Sánchez. Lo entendemos, pero parece mentira que no sepan que el juego no funciona así. Pero la vida sigue y el bipartito bicéfalo, cabalga con fuerza. Uno de los obstáculos ya ha explotado y el siguiente quieren que sea Podemos, para así hacer un Sumar rubio y de laboratorio y soportar a un VOX marginado al que nadie quiere. No nos engañemos, no lo siento ni mucho ni poco. Esto al fin y al cabo es una hoguera de vanidades del tiempo que nos ha tocado vivir.

Pero hay que contarlo.

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