«Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.»

Los representantes del Estado español vuelven a hacer negocio con la profanación de muertos. La coartada es el dogma de una «historia» que se debe aprender de memoria, despreciando a aquellos que no la comparten. Se unen a una iglesia católica, cada vez más puta y apóstata, infestada de gentuza que no le importa obedecer a un Estado por unas cruces de oro en declaraciones de hacienda. Ambas fuerzas se unen para destruir parte del espíritu de un pueblo que siempre, no lo olviden, termina resucitando.

Sabemos que no es nuevo. Los traidores por arriba, dictan la estupidez hacia abajo, dejando un ambiente irrespirable en los del medio; parias que sólo queremos que nos dejen en paz a nuestros vivos y muertos. Así vivimos en un país en el que para vivir se exige infiltrarse o autoexiliarse para aguantar el vómito que supone el «vivir como si nada».

No importa, «el camino más corto entre dos puntos, no pasa más que por las estrellas». Ni la Historia ha terminado, ni va a quedar así de mutilada.

José Antonio Primo de Rivera

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