“¡Clemente Dios, gloria a Ti!
Mañana a los sevillanos
aterrará el creer que a manos
de mis víctimas caí.
Mas es justo: quede aquí
al universo notorio
que, pues me abre el
purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de Don Juan Tenorio.”

Empieza a caer el telón y ya salto de la butaca con los puños cerrados como si estuviese en el estadio celebrando un gol. Yo el final del Tenorio no lo aplaudo, lo celebro intensamente y casi a gritos. Esta singular reacción en los “finales” sólo me pasa con pocas obras: Aquellas que ofrecen unos broches tan sublimes que uno espera, entre ansias y esperanza, que se repitan como un milagro inesperado.

Sí, Don Juan se salva de nuevo. Y se salva a “la española”: en la prórroga y forzando el estado de Gracia. Los méritos… muy discutibles, salvo las dos ocasiones puntuales en que las grietas de la verdad se filtran a su dolorida conciencia de cemento creando dudas. Dudas que le llevan a activar ese motor formidable y doloroso que porta redención a los católicos: la culpa. Don Juan llega a la muerte como ha vivido:ensimismado, sin creerlo, envuelto aún en su propia historia; contándose a sí mismo, en un esfuerzo de auto convencimiento, que fue él el vencedor del último duelo. Relatando en aria heroica como abatió al capitán Centellas y a su compañero, logrando así una nueva victoria.

Se esfuerza en relatar la mentira crepuscular de su vida en un monólogo de esfuerzo supremo por transmutar la historia, haciendo de su relato terapia, como un Nietzsche esculpiendo una filosofía tan brillante como falsa para curar su enfermedad. Pero la realidad es tozuda y se hace presente en replique de  campanas. “Doblan por tí, Don Juan”, le termina por despertar un Comendador que hace pausa en el infierno para arrastrarle a su destino.

Y Tenorio adquiere conciencia. Cuando empieza a vislumbrar una mano fatal que va rompiendo su ego y dócil, confiado y rendido, se deja llevar por un metal gélido que apenas lucha por abandonar. Es ésta una asunción de vida rota, fuente de un dolor que aplana cualquier tipo de resistencia. Aquí no hay ya espadas ni pasos francos donde huir o adelantarse a la lucha. Sólo hay una vía irremediable que cae a un valle donde no se puede salir. Don Juan asume, a su pesar, el fin de la vida y el principio de una eternidad sin tiempo ni conquistas. Agacha la cabeza e incluso parece sollozar en última humillación.

Pero llega el milagro en forma de Doña Inés, alma blanquísima investida de Gracia, belleza conservada de muerte prematura y virgen, cuajada desde una biografía de convento y ensoñación, ilusión en flor que, en movimiento de paloma firme separa la mano de su padre de la de su amor. Don Juan recupera así una conciencia que nunca tuvo, en un milagro alegremente injusto de esta vida que busca otra Justicia que nadie entiende.

Esto provoca una gran esperanza y el debate eterno de la salvación y el sentido. ¿Resulta que los prohombres con cruz de Santiago se condenan y los golfos se redimen?. Este análisis es de brochazo frivolón, claro. Quizá el Comendador se condena por ser incapaz de superar el odio solitario y Don Juan se salva… porque la voluntad de una Santa intercede por su alma. Zorrilla toma partido: el clero y sus sostenedores, o se condenan o quizá les espera un limbo, como las abadesas que no se enteran de la fiesta. Sabemos que la Iglesia, y eso es su éxito, se salvará por la generosidad de Santos y mártires que se encuentran con el rostro de Dios rezando por sus verdugos.

En fin, esto del arte abre conciencias, Hace años no hubiera visto tanto. El Tenorio en mi vida ha transcurrido desde historia de espadachines a tratado de teología Ibérica pasando por estéticas de claroscuros en un mundo entre palacios, claustros y tabernas con belleza de versos. Siempre que vuelvo a la Hostería del Laurel veo cosas nuevas entre las jarras, chispazos de lucidez que me espabilan los prejuicios de mi torpe mente acolchada.

Ya digo que me levanté de la butaca con tremenda alegría, más de lo habitual. Y me sorprendió. La compañía teatral había estado bien, sin más, pero la obra la llevo muy dentro y se me descubre en claves distintas que, si bien siempre han estado latentes, el estado de ánimo acompaña a la progresiva madurez, ese eufemismo donde vestimos el inevitable envejecimiento.

Concluyo que Don Juan se salva porque ha conseguido condenar su nefasto proyecto cuando una Mesetaria santa, valga la redundancia, ha querido salvarle. Y ser capaz de haber forjado una Mesetaria con ese rango, tiene su mérito, a cada uno lo suyo. La lección está más aprendida pienso, cuando uno debe abandonar un ego que, por muy exitoso que parezca ser, te lleve al absurdo del sin sentido. Pero lo más importante, querer y déjate querer por una corte de Mesetarias que, cuando la cosa se ponga chunga, den un salto desde los Cielos para agarrarte el alma haciéndote abandonar las malas compañías de Comendadores con cruces y gloria falsificada.

Por de pronto he venido al teatro muy bien escoltado: mis dos Mesetarias cañí de núcleo duro que, incondicionales, están dispuestas a escoltarme por valles con muchas rotondas. Doy un beso a cada una mientras rezo por Zorrilla paseando por una Plaza vacía de domingo en blues.

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