… y cabalgaba la parca vestida de peste negra por la Sierra norte. La desolación caía en cada casa dejando rostros transfigurados y biografías rotas. Eran épocas de comunión con la trascendencia donde las agonías cantaban un hilo de plegarias tejidos entre toses ante la embestida de la dama negra. El Cielo escuchó los gritos de sus hijos y mandó urgente intervenir de guardia desde las alturas a un médico llamado Lucas, escritor y santo. Intercedió el héroe parando parar el horror entre hogueras que dejaron a la villa de La Cabrera a salvo del caos.

Cada año volvemos a vivir la leyenda. Así alrededor de la hoguera de círculo Eternoretornista nos reunimos en las alturas de nuestra geografía encrespada. Se ilumina la oscuridad tremenda que inaugura la cercanía de los meses que portan a Todos sus Santos como avanzadilla mientras nos avanzamos a una plaza se prepara para engendrar luz. Se hace el fuego, como el primer deslumbramiento que ilumina por dentro y por fuera, mayormente porque lo llevamos dentro, en su baile salvaje. Alzamos la mirada tras la catarsis de la danza primera y nos reconocemos nuevos en rostros forjados a ramalazos del cincel que quiere vislumbrar un atisbo del alma. El fuego de San Lucas ahuyenta las pestes y une a vecinos con nuevos pueblos en torno a este milagro en llamas que reparten ascuas fraternas. Nos acercamos a recoger caricias de la bestia que va agonizando entre tizones en celo, anhelando morir seduciendo carnes rojas para dejar un aroma de fusión, cópula del fuego asado en noche de otoño.

Se hace el prodigio de los panes y peces mientras nuevos pueblos venidos de los orientes rubios ofrecen fraternidad con acento que ofrece adorar aguardientes con morcilla, brandis con chorizos, vodkas con panceta. Un exceso de salud efervescente inventa el fuego liquido. Y mientras los locales siguen con sus vinos nosotros brindamos por San Lucas con nueva fuerza de tragos cortos que culminan en gritos y exorcismo de toses. El calor ya ha entrado así en las entrañas nuevas mientras vuelvo la mirada a un fuego se va calmando, pensando en silencio atronador, en la eternidad de una vieja España que se resiste a morir.

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