Jesús Quintero se ha ido dejando una bocanada de silencio. Ambos elementos forman parte de una heráldica que me recuerda un palacio remoto de radio y televisión en la noche. Voz del Sur acentuada por tildes mudas que, como banderillas, espoleaban al invitado que tenía enfrente.

Porque Jesús no entrevistaba, ni tan siquiera dialogaba, simplemente sugería a modo de psicoanalista unas palabras que, bien vocalizadas, abrían la muleta con mano izquierda hacia una reflexión con que el invitado se terminaba entrevistando solo. Sus faenas se abrían con capotazos, al modo de los maestros Rafael y Curro, dejando suaves dirigir el toro hacia la muerte.

La tauromaquia es el arte sublime de calcular la distancia justa. Ni muy lejos, ni muy cerca. Cada toro tiene su medida y así, está habilidad se extrapola hacia una labor, en este caso periodística, que hace de oficio, estilo. Quintero medía la distancia, gestionando silencios con bocanadas de humo para reír, confidente y aprobatorio cómo si fuera un olé. Cada programa era una lidia entre dos figuras, la de un entrevistador estrella que exige la misma dignidad al entrevistado.

Hay gente que esto no le gusta, como tampoco le gustan los toros, claro. Qué le vamos a hacer. Jesús Quintero, Loco de la Colina. DEP

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