«Ojalá pudiera llegar a transformar mi rostro como el de Carlos de Foucauld».

Pablo d’Ors, traje blanco y camisa negra, declara su enamoramiento por una figura del cual su retrato es portavoz mudo. Foucauld, en su corazón traspasado por Dios, nos ha dado una todo un testimonio estético formado desde la evolución de su rostro: de joven aristócrata con ademán arrogante y crispado a hombre envejecido con la Gracia ajustando las arrugas. Esto hay que verlo, claro. Así como el barroco es la profundidad hacia afuera, la dulzura de una cara madura es señal de Salvación. Y d’Ors, lo ha visto. 

Presentado en vida pública como escritor y sacerdote está tarde primaveral de Madrid, a nosotros nos parece un artista puro. Porque sólo un artista puede explicar y ver determinadas cosas. D’Ors nos hizo una biografía inspirada desde el rostro santo, llamada «el olvido de sí», mientras lidera un proyecto reverente y organizado del silenciamiento. Todo enmarcado con una búsqueda pasional que le hace descubrir esa moda antiquísima que es la meditación hesicasta. 

«Es una biografía que no se parece a nadie», nos remarca de Foucauld. Seguramente, de alguna forma como la del propio autor. Sacerdote con apellido intelectual, una década sirviendo como capellán en hospitales de Madrid, abrazando a moribundos a la vez que paulatinamente distanciado de sus colegas, de los «profesionales» del catolicismo; de aquellos que dirigen dogma y opinión de uno u otro bando, sean progres o reaccionarios, opiniones que en fondo convergen en un mismo estado mental. 

Nosotros también hemos visto la evolución del artista e incluso de la evolución fisiológica de su rostro. Desde que escribió «la biografía del silencio» lo hemos visto en innumerables conferencias on line. Siempre brillante, hay cambios sensibles de un tiempo a esta parte. Del silencio a la luz hay una transformación que debe ser, en mi opinión, al sucesivo paso de las noches oscuras. Porque d’Ors, al igual que su enamorado Foucauld, han atravesado muchos desiertos hasta descubrir que solo se atraviesa uno y que desemboca, si se persevera, en la plenitud. 

Esta tarde en vivo, vemos que las trayectorias de ambos personajes tienen muchas similitudes y lo que subyace es la conversión. Si Foucauld se convirtió «desde fuera», d’Ors da la impresión de que es desde dentro de la iglesia y de su corazón. Ambos retos son una odisea cuyo resultado en el fondo es el mismo. Formalmente cambian: si Foucauld es un icono del más rotundo fracaso, Pablo no lo es. Y eso puede ser un último obstáculo, o quizá una prueba más. Foucauld, como todos los Santos, fue despreciado por el mundo, la matrix, el formato tramposo que lleva a la condena o, como mucho, al limbo. Para salvarse hay que amar la vida tanto que se atraviesa la muerte con autoridad «del vivo sin vivir en mí» que canta el místico de Fontiveros. 

Nuestros ejemplos son gente así. Tipos interesantes que enseñan mientras aprenden, que te hacen encontrar mientras buscan. Aparte de los proyectos de vida seguros, cómodos, sin sustancia. Aquellos que se Dan cuenta que no hay más proyecto ni mejor versión de si mismo que el Abandono.

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