Hace hoy un mes que recibía el aviso de correos con el regalo de Jackie por Navidad. Carta que, con fecha del 15 de diciembre, me había enviado desde Escocia a Valladolid. Esperábamos esa misiva con ilusión, como todo lo que viene de Jackie, pero a medida que iban pasando nieblas con black Fridays, loterías, nochebuenas, navidades, fin de año, pandemias y epifanías…tuvimos que reconocer que la carta no venía. Jackie estaba muy “upset”, palabra que con su chispa de mulata significa “cabreo fino”. Por teléfono echaba la culpa al Brexit y a Boris. No a Trump porque ya estaba fuera de juego en aquel entonces. Yo asentía en silencio entre la iluminación de un árbol de Navidad que me cambiaba el gesto con intermitencia de bombillitas. “Se paciente”, le dije, “estas cosas siempre acaban llegando”.

Jackie envió una protesta a la oficina de correos británica a la que, por supuesto, contestaron y no solo eso, la devolvieron 7 libras del pago de aranceles con un montón de disculpas. Y es que los británicos tienen esos detalles: reconocen las cagadas entre ellos y disimulan con los de fuera, actitud que es muy valorable. Pasó el tiempo y se produce una llamada de mis padres diciendo que hay un envío para mi esperando en correos y que valía 10 Euros. Qué raro, pensamos. Me mandaron la foto del resguardo y vi el nombre de Jackie. La llamé y se sorprendió gratamente, ofreciéndose a pagar los 10 euros, siempre tan educada. Y es que las transacciones post Brexit entre el UK y el resto ya no son lo que eran, pues ahora hay que pagar a ambas orillas del charco y encima llegan tarde, como en tiempos del antiguo régimen.

Yo estaba contentísimo por un regalo que, aunque Jackie había calificado como sencillo, yo me había negado a que me lo dijera porque me encantan las sorpresas y más, como es el caso, teñidas de suspense y esperanza. Esa semana cuando estaba en casa fui un lunes a primera hora para buscar mi regalo después de la piscina al alba. Hacía frío, un viento incómodo de lunes y yo estaba firme esperando con mi recibo. El funcionario de gris transparente me dio una gran carpeta mientras yo le explicaba que el envío era de diciembre. Por supuesto era como decir misa, pues este tipo de currantes están hechos libres de culpa alguna, sin conocimiento ni pecado original, como ángeles en el kínder de Edén, limitándose a decir que, por supuesto, no era cosa de ellos. Vale.

Salí a la calle, fui al bar a tomar un café mientras contemplaba el sobre. Fiel a mi costumbre fotografié recibos, sello de Su Majestad y mis señas escritas con la letra de Jackie. Desenvolví a modo de streaptease cada pliegue, hasta llegar a su papel navideño, ropa interior del asunto. Pare ahí. Tome el resto del café e hice una foto de conjunto. Volví a meterlo para llegar a casa donde ahí, hice espacio en la mesa de madera del salón. Mesa de celebraciones y ritos del clan, lugar apropiado para descubrir el regalo de Jackie. Esparcí papeles y una pequeña felicitación y entonces me imaginé la mesa puesta: las Navidades pasadas de Mr Scrooge y la silla donde se puso mi amiga hace años. Miré alrededor para dejarme observar por el mundo perdido que yo trataba de buscar. Me rendí. El tiempo que yo trataba de aguantar como un titán solitario se desbordó desde unas imágenes que ya amenazan a amenazar el alma. Abrí con el máximo cuidado el sobre y allí estaba una lámina de mi admirada Beryl Cook que presentaba su calendario 2022. Sonreí y recé con fuerza por Jackie. El tiempo que yo había retenido liricamente por un tiempo, me llegaba ya encuadernado por cuadros y en orden artístico. Dos actitudes que convergen en una lucha de dos soulmates que en su rebeldía inútil intentan parar lo inevitable.

Hoy, uno de abril pasé la primera pagina de mi calendario de Navidad. Ya tenía un mensaje puesto. Lo adiviné. Era de Jackie.

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