La pasada noche el tiempo se adelgazó sin dieta ni delicadeza. Una hora de mi biografía desapareció por obra y gracia de los tecnócratas de turno, hacedores de la eficiencia que justifican su genio con informes de supuestos ahorros.Seguro que razones no les faltan, pero desde mi punto de vista místico-intuitivo sé que esa mutilación de 60 minutos me usurpó un sueño de madrugada, acelerando así con prisa soez una aventura en REM. Crimen con nocturnidad, saqueando la eternidad de las noches, ese paraíso donde todo es posible. 

Si hay que acortar una hora sugiero que la corten de las mañanas modorras, de las sobremesas inútiles o de las tardes de visitas. Pero nunca de las noches. En la noche la mente fusiona su laberinto inexplicable y enlaza las claves de la realidad… y eso necesita su tiempo. No hay nada peor que levantarse sin haber soñado un sueño, saliendo así a lo real del domingo demasiado lúcido, kantiano, con el traje ya puesto de la cama.

El alma necesita expandirse entendiéndose sensualmente entre las sábanas y esta noche ya está censurada de antemano, equivalente a meter prisas al acto amoroso. Hace tiempo se intentó, prolongar la noche exagerándola con trucos de fiebre de sábado noche. Eran cosas que organizan los dueños del nuevo marketing con la excusa de abrir grietas de conciencia al personal. Se trataba de apagar Madrid desde sus grandes edificios para crear una oscuridad reivindicativa y que todo se hiciese noche profunda. Error. Ni se rasgan conciencias ni se le gana una hora al crepúsculo desde esa absurda oscuridad pseudoartificial que oculta el robo de una hora de sueño real.

A mi película onírica le falta una hora, que es como cortar un cuarto de hora a Casablanca, así de tajo. Bebo mi café aturdido y desconcertado mientras me explico qué ha pasado. No he soñado lo suficiente y ya empiezo el domingo de cabreo, expulsado de una fiesta sin haber degustado un último vino en compañía, aquel que preludia la verdad de un beso. Hay que esperar hasta el invierno en busca del sueño perdido que desenterraremos en el intervalo prodigioso cuando «las-tres-sean-las-dos». Nos rompen hasta la noches.

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