Nos levantamos en este enero, el día más frío del año según la teoría mediática, con tambores de combate. Se titula «Guerra fría», desde los prensa orgánica y así se organizan mesas de especialistas en geoestrategia internacional e inteligencia. Los novísimos politólogos del ámbito local se reorganizan en coreografía de opiniones de estrategia, haciendo de portavoces del corral político. 

«No a la guerra» llega como eslogan primero, la frase más efectiva de una tierra que asimila la simpleza, como un menú de comida rápida de parbulario. Se levanta el antiguo estandarte con manchas rancias y ecos de pancartas y griterio «bardemiano». Todo en sí suena a pasado de moda en este día, con la reedición de lucha de dos potencias cansadas del siglo pasado que se reviven amenazandose en una nueva época oriental y globalista. Estados Unidos y Rusia tienen una agenda a cuenta de Europa, que pagará sea como sea el resultado, haciéndose así primera pieza del declive occidental. Un continente en ruinas que, como siempre, no se entera del juego porque, mayormente sigue pensando que vive en un mundo de rojos y azules, que el 89 rima con el 68 haciendo sombras chinescas con banderas de nostalgia. 

Inadvertida de que estamos en un ciclo diverso donde en todo caso, la visión simbólica arroja unas señales claras de jinetes que van pasando a trote apocalíptico a galope in crescendo. 

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