Entonces comenzaba Agosto de madrugada, lleno de maletas y una cantimplora inútil de niño en busca de aventuras. Las calles estaban oscuras y vacías hasta un temprano amanecer de carretera donde se iniciaba a esbozar el «cuando llegamos«. Se calmaba el aria con una caricia, una risa y un toalla para descansar la cabeza con música de Mocedades, reina contra el as, en casete, dale la vuelta otra vez. Agosto se hacía amarillo cruzando la capital del Estado, España entonces, como antesala de un todo que se presentaba en caravanas de calor ralentizado donde filas de autos en exilio interior buscaban la frontera de ese monstruo formidable apodado Mare Nostrum en los libros de la escuela. Se paraba el motor en bares de carretera con futbolines de madera y éxitos en color de Manolo Escobar y Bordón 4 entre cafés y humo de Faria que se prolongaban, libertinos, en el camino hasta Despeñaperros donde la romería buscaba mesones con el fantasma de Curro Jiménez y camareros vestidos de blanco angélico que volaban con platos siguiendo los gritos del personal.

El espíritu de la piel de toro se hacía así consciente de sí mismo con el invento del «veraneo». Ilusión desarrollista de un plan de estabilización diseñado por Obras celestiales e inaugurado por los calzones de un ministro en Palomares reivindicando que lo único radiactivo en España era él mismo y los que iban llegando. El Camino seguía eterno y guiado por siluetas de toros en las cunetas que se intuían en sueños de siestas móviles, cuéntame otra noche de sueños amarillos llenos de futuro en presente inmediato que se interrumpían cada poco, para ahí que bajo a devolver, vaya. La música seguía y el paisaje se hace olivo y casas blancas para dejar entrar entre el humo de chimenea el perfume de la mar, fémina y libre, arrollando un pueblo desmantelado de pescadores y cubriéndose de cemento organizado para recibir a una Europa que aterrizaba con bikini, chanclas de flores y melena rubia, zapatos blancos de noche y acentos agudos de risas promiscuas. Oasis de nivea y perfume de diosas nivelungas, cabalgatas de walkirias junto a delincuentes tatuados.

España entonces salía de sus coches pequeños llenos de familias grandes con calcetines blancos a juego con chanclas pardas para estirarse mirando al horizonte, el mar eterno yo no tan Nostrum, invadido de pieles rojas de aceite en supermercado y sangría en chiringuito. España se miraba a la cara reconociéndose desde el reflejo de un lago salado que nos iba a llevar a la tierra prometida a brazadas y sin Moisés.

Agosto es la sublimación de las vísperas y el viaje, más allá del destino y la meta. Lo que recuerda el disco duro de la sagrada patria de la infancia cuando vayamos a purgar. Un movimiento en Sol Mayor de Familia en un Renault lleno de amor y sueños.

Amén y gracias, los que lo vivieron lo saben. A ellos.

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