Leí «Patria» del señor Aramburu en su primera edición hace ya unos años. Fue como consecuencia de la selección de frases que un querido amigo, víctima de terrorismo y ya fallecido, ponía todos los días en las redes. Empecé a leer la obra con la precaución que da la delicadeza del tema y siempre con alerta desde esa visión subversiva e invisible que ya contamina todo.  Me lo devoré en pocos días y mi opinión la plasmé aquí 

Aparte de la asombrosa calidad literaria y forma de contar la historia, Aramburu da con la clave de explicar los mecanismos y desarrollo de un cáncer que, desde la descripción del odio de una familia vasca, ejemplifica todo un sistema social. Patria es así la primera crónica desde la literatura similar a lo que el señor Arteta plasma en documental audiovisual. Dos formatos mudos que en más de medio siglo han sido incapaces de denunciar el delito de lesa humanidad que se estaba haciendo delante de sus narices. Dos vascos que, con inédita excepción, se desmarcan de su «patria» con valentía para denunciar un genocidio que va más allá de las víctimas que deja. Crimen que bajo su caparazón encierra el pecado original de ser amparado, de una u otra manera, asintiendo o silenciado por todo un pueblo. 

Esto puede sonar exagerado e injusto para los consumidores de verdades oficiales tipo «Cuéntame», pero es la clave para entender el porqué del indudable y vergonzoso éxito de ETA como tutor, actor, protagonista de esta farsa llamada «democracia española». Aramburu y Arteta son dos autores que han descrito y filmado que la matriz de la plaga criminal envuelto en el celofán de la invención de su «Patria», se llama Miedo. Miedo, no sólo como una de las emociones básicas del ser humano, sino por su desarrollo mayúsculo por una gestión que ha sido capaz de embrutecer a un pueblo, ya de por sí limitado, hasta elevarlo al estatus de Cobarde. 

Lo que Aramburu describe magistralmente, es el proceso de creciente Cobardía de una sociedad que, incapaz de actuar con un criterio propio, llega por intimidación hacia lo más bajo que un grupo humano puede llegar: del silencio cómplice de la muerte del amigo al apoyo incondicional del asesino. Este silencio, este mirar hacia otro lado, esta apariencia de aparentar no saber o ni siquiera quererlo, es sólo un grado más entre los ejecutores materiales del terror: aquellos del goma2, de los púlpitos, de los 8 apellidos, de los recolectores de nueces que, dentro y fuera, han hecho del miedo filosofía política y juego de tronos. Aramburu describe perfectamente a los primeros de la lista: ejecutores Cobardes que, en primera línea, consienten a una generación inútil, comenzando por sus hijos, ir al caos. Verdugos todos que, en su nivel, en este caso ejemplar de dos familias vascas, como podía haber sido de otra forma, asisten a la destrucción de un pueblo en el crimen injusto de un hombre. 

Porque aquí está el problema de la adaptación de HBO con un cartel que da a entender en clave dual ese desarrollo de la metástasis que se llama «equidistancia «. Cartel que muestra dos fotos con 4 arquetipos humanos de los cuales 3 sufren y 1 no. Concepto estético que sitúa el Mal en equidistancia de verdugos y víctimas para desarrollar subliminalmente el crimen desde el dogma «aquí víctimas somos todos». Refinamiento de una maldad que con cantinelas de «sin vencedores ni vencidos «, amparan desde la figura del elemento que «no sufre» (la policía y lo que representa), un delito de lesa humanidad. 

Ni todos los muertos son iguales ni todos los daños tienen igual responsabilidad. Negar eso es un desarrollo del Horror que, por otro lado, no nos debe de sorprender. El hecho de dejar los derechos de Patria a una plataforma digital globalista y con el margen de manipulación que da el cambio de formato de libro a video, es más que previsible que cambien todo el sentido. El blanqueo de ETA es un hecho que comienza antes, mucho antes del cese del fuego y que vemos ya sin tapujos. Blanqueo de todo el mapa político vasco, gran parte de la izquierda española y una parte importantísima de ambos pueblos asombrosamente mudo en estos años. Ahora llega la explosión mediática en las plataformas digitales. 

Arrojar la culpa a la novela «Patria» no sólo es injusto, sino no haberse enterado de qué va el texto. En una sociedad de best sellers monotemáticos y una intelectualidad orgánica de Academia no deja resquicios a la esperanza. En todo caso el dolor de la injusticia no se lava ni aunque unas generaciones cobardes lo calle. Generaciones que, por otro lado, van directas a una merecida extinción. No seré yo quien lo lamente. 

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