Hoy es un día triste. La huida de Juan Carlos I sin explicación al pueblo ni asunción de responsabilidad ni con las formas debidas, deja a Felipe en una posición delicada. Más delicada que antes, si cabe, donde tendrá que descubrir un camino y hacerse un relato muy propio freudiano que empieza por «matar al padre» para intentar continuar el juego. 

Tiene Felipe una ventaja: la monarquía española no se ha sostenido nunca por devoción conceptual al trono, sino por responsabilidad personal y sobre todo, por la incapacidad de concebir una República que tanto dolor ha causado en nuestro país. 

Esos dos ejes: responsabilidad personal y temor al «otro lado», han sido los baluartes de continuidad del sistema desde el año 75. Cierto es que la responsabilidad del «Juancarlismo» se ha ido diluyendo desde el inicio pero fue compensada por una «vista gorda» de un pueblo en sí poco exigente, hasta que la progresiva degradación de la institución en su persona ha hecho visible lo inevitable. Por otro lado, el temor a la opción republicana ha ido y va en aumento viendo como esas élites que vienen de las urnas son cualquier cosa menos dignas y que en sí reproducen un estado a la medida de sus intereses, es decir: corrupto.

Así, entre dos élites enfermas, interesadas, irresponsables y mediocres nos encontramos en esta «casa de naipes» llamada «democracia» en un agosto pandémico. Así la cuestión hiperrealista es que se tiene que optar entre una familia depravada pero que, de alguna forma tenga una especie de valor simbólico para arbitrar, o hacer que arbitra un país, o por lo menos no de el cante, o en cambio un poder político depredador lleno de odio, prejuicios y ansia de poder sin freno. 

Por tanto hoy es un día tan lamentable pero no sorprendente ni inevitable para entender esta etapa que nos ha tocado padecer. Llega uno a la conclusión de que en todo caso, en un país vendido por la deuda, sin trascendencia ni corazón, ni sexo ni huevos, el poder real no está ya ni en un bando ni en otro. Y es que el poder de España está fuera de sus fronteras, – en el fondo lo que ha pasado siempre desde la desde la caída del imperio exceptuando un poquito del siglo XX. 

Desde aquí lo tengo claro, lo que queda de España no es más que un «arca de hombres libres» que en su disidencia, descubran su libertad y aguanten lo que va a venir. Los tiempos son malos pero en esta tierra se navega con aguas turbias y revueltas siempre. Todo menos hundirse, que al fin y al cabo la vida no es más que un camino para intentar salvar el alma. Y eso es lo importante. 

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