La noticia del fallecimiento del joven Lequio me ha afectado profundamente. Me pasa siempre que veo fallecer a alguien rompiendo el orden natural de la cronología vital. La muerte a destiempo, las madres que sobrevive al hijo, los padres de luto perpetuo y fatal, me producen un dolor añadido a ese monumento al dolor llamado Vida.

Curiosamente ayer fue el día la Virgen de Fátima, si hay un personaje que admiro por fascinante, enigmático y esculpido por el dolor, es María. A ella también se le murió un hijo antes de tiempo y durante toda su vida no se la ahorró ningún dolor, ninguno. Posiblemente es de las vidas más duras objetiva y subjetivamente que tenemos constancia, sea considerado el personaje como Madre o Mito. Mayormente porque es una vida, si no elegida, si aceptada, pudiendo haber hecho otra cosa y evitando problemas. Pero eso es un caso muy especial y lejano, se me dirá, y habrá que convenir que sí. Pero el «caso María», sea desde un punto de vista creyente o no, nos deja un arquetipo de lo que una madre puede sufrir. 

Yo rezo mucho pero pido muy poco. Y es poco porque creo más en la Providencia que en mi análisis puntual que, por muy inspirado que sea, no tiene acceso a la información vital, por tanto dejo que el Espíritu Santo haga su trabajo, cosa que va a hacer igual lo pida yo o no, lo que pido así en el fondo es estar lo suficientemente lúcido para actuar en consecuencia. Pero aparte de éso, que no es más que una actitud ante la vida, sí que pido un par de cosas. 

La primera es que se me permita morir después de los míos. Que sea el último en caer del escalafón de mi Núcleo. Que eso se produzca un minuto después de que el último de los míos haya caído, o que se me deje estar más tiempo, para mí es completamente indiferente -soy apasionado de la vida pero no vitalista- Pero imploro que yo sea el último. Bastante dolor segrega esta quimera llamada Vida, en cualquiera de sus circunstancia, como para nutrir toda esa pena con el hecho de sobrevivir a un hijo. No voy a elucubrar aquí si la vida es justa, injusta, tiene o no sentido… Para mí, en todo caso el tema es claro: se llama Vida, porque no tenemos otra cosa que llamarla, y es injusta, sin sentido y dolorosa. Y lo es en cualquier circunstancia, ojo. Siempre. Y lo digo desde la creencia en Dios, como saben los amigos lectores. No sé lo que vendrá después o lo que ha habido antes, pero ésto que llamamos alegremente vida, a mi nivel de consciencia se manifiesta en lo que es: dolorosa, absurda e injusta. Tampoco lo digo cabreado, ni mucho menos. El cabreo es típico de esos ateos que se enfadan con Dios porque les sale un bulto maligno o algo así: actitudes patéticas que implican no entender nada. Porque el tema, es que estamos mal enfocados dando por supuesto muchas cosas que tenemos en la cabeza pero que no habitan en ningún sitio más. 

No sabemos lo que somos, en primer lugar, ni mucho menos el clásico ripio del dónde-venimos-a-dónde-vamos. De hecho no sabemos ni dónde estamos. Pero sin saber eso ni esperanzas de saberlo, no hay más remedio que tenerse en pie, ese es el gran reto. Los griegos, que lo intuyeron ya casi todo, descubrieron la vida como lo que era: una tragedia. Una putada formidable y espantosa, inalterable en su crueldad donde la única oportunidad de salvación del protagonista era que se descubriera Héroe. El heroísmo es una actitud para encajar y golpear las lanzadas de la existencia para poder, interiormente, hacer Sentido de ellas. No hay más. Ni menos, claro. Creo profundamente en Dios de la misma forma que no entiendo ni me adapto a esto asunto de la Vida. En todo caso sigo en pie y seguiré hasta el final y repito: déjaMe aguantar el último aquí, evitemos disgustos a los padres y daMe aunque sea migajas de Tu Gracia. Siquiera para intuir de qué va esta putada fascinante llamada vida. Gracias y por favor. 

Aless Lequio DEP

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