Tras cinco semanas de confinamiento y alcanzada la cifra récord de mil muertos por millón travestida de «curva», tras una remesa de test que no acaban ni empiezan a testar, tras una contabilidad de muertos que no acaba de cuadrar, tras un desconcierto político desde el poder que causa vergüenza ajena, tras una gestión sanitaria pública que ha provocado un número de contagios sacrificial para el sector hospitalario, tras unos equipamientos de mascarillas y guantes que ni acaban de llegar a las farmacias y que si llegan, son a precio de estraperlo, tras unas medidas de confinamiento improvisadas e inútiles para el país más contaminado per cápita, tras una gestión del dolor que se rentabiliza en pánico, tras el genocidio de los mayores de la tribu encerrados en residencias sin control…y lo que quieran escribir ustedes.., ayer llega un Jefe militar diciendo que trabajan «para minimizar el clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno»

Pero es un lapsus, claro. Un «lapsus linguae», para ser preciso, nos dice saliendo al quite el superministro del interior. El lapsus, nos dice el doctor Freud, no es sólo un mero error casual, sino una manifestación del inconsciente. Este lapsus no se queda en desliz o error, como se vio incluso estéticamente en la rueda de prensa bajo las miradas de sus compañeros de cartel, sino una desclasificación de secreto de estado hecha por un hombre, digamos, torpe, por ser generoso. Si no lo fuera, diría torpe y malvado. 

Torpe porque si se hace inteligencia o contrainteligencia, uno se calla porque es secreto. Y malvado porque vestir un uniforme cuyas medallas son lamparones de sangre de tantos compañeros acribillados y cuya muerte no ha sido ni será investigada, para servir a un poder cómplice que exige la «minimización» de la verdad por intereses de partido, provoca el vómito. 

La involución de las fuerzas armadas españolas en este periodo llamado «democrático» es alarmante. De jurar por la defensa de algo superior a cualquier sistema como es la Patria, se ha pasado a ser lacayos de la puntual «razón de estado» del gobierno de turno. 

En todo caso, no pasará nada con el lapsus linguae. El pueblo está acojonado, aplaudiendo y se desahoga haciendo de informante del vecino. Entre tontittos y cabrones se está destilando un carácter popular muy «autodisciplinado» como nos aconseja nuestro querido presidente. El lapsus ya pasó y ni siquiera disimulan. Vergüenza. 

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