Apuré la última noche de Madrid con sabor «dejavu». Me vino a la mente el pasado 6 de enero cuando, al llegar a casa, sentí angustia al pasar por Velázquez. 

Siempre vuelvo a Madrid muy contento, en estado casi de euforia desde el saludo que las cuatro torres me dan por Chamartín. Sin embargo aquel día fue diferente. La iluminación de Navidad estaba aún encendida y ya no había más que algún taxi circulando. Entonces dejé mi equipaje y, tras hacer una foto en medio de la carretera, anduve hacia Goya entre la legión de mendigos durmientes que escoltan el paseo. 

La Concepción, el faro de mi barrio, seguía vigilante con sus ángeles guardianes y toda la calle desprendía una soledad iluminada de fin de fiesta. Como me motivan los ambientes decadentes que seducen el bajonazo-blues, paseé en dirección a Serrano como en un alambre de funambulista. Lo hice meditando como se debe: muy zen, despacio y atento a la postura y a la respiración dejando inundar mi atención para vivir ese momento sublime. 

El único lugar para sobrevivir en un tifón, sea este físico o emocional, es llegar a su centro. Vivir intensamente desde su núcleo para estar seguro. 

La tristeza de aquellos Reyes en su finale, no es más ni menos que la que viví hace unas horas. Mi ruta favorita en la noche llega al sumun entre Serrano y Colón, el sendero entre la puerta de Alcalá y la casa de la Rioja acompañado por los maniquíes de última moda y los héroes eternos. Entre las chicas de Carolina Herrera y Blas de Lezo se abren dos peregrinajes estáticos de modelos de lo humano.

Hoy no había luces de Navidad, tampoco gente ni mendigos. Sólo algún alma melancólica paseando un perro con estela de cigarrillo pausado. A un cierto punto, la poli me distrajo con sus sirenas azules hacían de guirnalda navideña. Era hora de acabar este paseo sin gente, último. Respire la angustia y la aguanté desde el anhelado núcleo del tifón: postura, respiración y plegaria desde la caricia de las cuentas de mi Rosario. Fue un día diferente, lúcido, inolvidable. Cómo aquel final de Reyes. La diferencia es que entonces iba a Madrid y ahora es un pequeño adiós. Empezamos el aislamiento. 

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