No soy mucho de musicales pero cuando voy a alguno, siempre salgo contento. Estoy más entre la ópera y la zarzuela, entre el sainete y la revista. Los musicales se me hacen largos, aunque se compensen con la escenografía y el espectáculo. La música se salva en algunos, como Cabaret, Grease o el West side, pero como digo, no es lo mío. Sin embargo cuando me invitan voy y lo disfruto, como este «33» al que fui el pasado finde. Espectáculo encabezado por la figura de un personaje excepcional con guión propio y avalado por el visto bueno de la iglesia oficial. Aval éste que nos produce a priori dos impresiones: que la obra no es blasfema – por lo menos abiertamente – pero que será abierta al debate. Y es que el Jesús posmoderno y su estética viene marcado por la huella «Super Star» acuñada en el último tercio del siglo XX; en ese éxito total de la propaganda cristiana con mensaje rock y estética hippie de guiño revolucionario con mensaje «all you need is love». Bueno, en sí no hay nada malo, pero tampoco bueno. Formato que no se puede atacar así como tampoco se puede degustar esa reducción coyuntural de un ente inclasificable que se escapa a un esquema meramente humano al ser más íntimo que la mejor intimidad y más trascendente que cualquier trascendencia, sobre todo en un mundo atrapado en la inmanencia. 

En todo caso son pensamientos que voy llevando en mi paseo por los espacios del IFEMA mientras me preparo para coger sitio en el pabellón. El primer Jesús que vi en clave «show» fue el Cristo de Zefirelli, film ortodoxo y frío que se complementaba hasta llenarse de vida, paradójicamente, con la obra de Passolini en su «Vangelo». Dos visiones italianas de genios con igualdad de género y diferencia de ideas: si el uno era católico, el otro era ateo aunque éste último da más claves del Misterio. Fueron las últimas películas pre conciliares u oficiales aunque estaban hechas tras el Concilio. Evento este que nos trajo al «SuperStar» que ya elimina, de hecho, al Cristo vertical mostrando un Jesús transversal. Detalle vital porque el rol de uno y otro no puede ser más opuesto. Si uno viene a destrozar el pecado que ha privado a una raza humana dejándola a merced de la muerte, el otro ignora tal misión porque su labor se limita a lograr una supuesta felicidad en vida. En los dos roles, la palabra clave es el amor, pero, ¿qué amor?. La misma palabra ya aburre por su indefinición, el vocablo más importante de la existencia está inflado desde su anécdota: el sentimiento. El amor está enfermo de sentimentalismo y eso produce hastío y genera, eventualmente, odio. El Jesús plasmado en la posmodernidad es así un ente sentimental e ideológico, los dos grandes cánceres de una biografía para echarla a perder de forma aseada. Coartadas que,  en su excusa brillante, desprecian la Verdad y el Sentido, dualidad mayúscula que va más allá. 
Entro en escena y se repite la palabra «amor» mil veces en cada estrofa yendo in crescendo a medida que se desarrolla la obra. Entre los personajes, magistralmente interpretados por el elenco de artistas, aplaudo con fervor a los demonios, únicos sujetos bien diseñados en su psicología, estrategia y estética. Por supuesto, es más fácil entender al mal que al bien, pero eso no le resta mérito en su diseño, sea en las tentaciones como en su papel omnipresente en el proyecto vital de la obra. El diseño de los actos es impecable con una gran astucia en la economía de la escena, mejorando sensiblemente en la segunda parte  en la que, tras el descanso, me da por pedir «palomitas» de maiz, actividad que no hacía desde mi adolescencia allá en los cines de los 80. El público, ya entregado en la recta final, entra en estado de euforia en la resurrección coreando las conclusiones de un Juan evangelista davinciano, ambiguo y colorín en exceso. Este factor mejor lo dejaremos para no entrar en polémica, pero parece que los clásicos guiños subliminales hacia la relación de Jesús con la Magdalena han cambiado de género.

En todo caso, finale esperado con ovación y sensación dejavú. El Jesús influencer del 33, es un paso más del SuperStar hippie pero con peor banda sonora y sin mesianismo real. El problema es que se trata de un querer y no poder de un personaje cuyo amor no se entiende si se obvia el drama radical de la Historia: la muerte y el pecado. El Jesús posmo cae bien pero no tiene ni sustancia ni calado. Humano, demasiado humano para aquel que es algo más.

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