El debate político de ayer dio fe del envejecimiento prematuro de cuatro jóvenes que mostraron los devastadores efectos del tiempo. Cuatro sujetos ya vistos en debates antiguos, de apenas antes de ayer, y ya no nos parecen los mismos. Y no hablo del aspecto físico, sino del espiritual, mucho más grave, pues entre sus caricias de rabias, melancolías y desengaños dejan una permanente sensación de hastío en el gesto. 

Cuatro prohombres que volvieron a verse las caras en repetitivo debate, como una partida de mus a media tarde en provincias, pero con el aliciente de la entrada de un quinto compañero sin corbata que hizo cambiar el juego hacia un poker reaccionario. Del reencuentro de estos cuatro, el caso más alarmante, con diferencia, es el del Señor Rivera. Grave en sus dos aspectos visibles: tanto espiritual como físico. El hombre que con más efervescencia se mostró en los dos debates de abril, quizá hasta pasado de primaveras, se nos mostró ayer a un ralentí otoñal que no puede disimular ni con el efecto del adoquín rasgado de Barcelona. Si no hubiéramos visto a Rivera actuar antes, quizá no hubiéramos notado tal bajonazo. «Paralís» muy evidente tras el cúmulo de despropósitos y decisiones erróneas tras las elecciones. La eterna promesa que se podría haber convertido en líder indiscutible de la oposición española – simplemente otorgando graciosamente el poder envenenado al doctor Sánchez con una simple abstención y un gran discurso de estado – ha pasado así de ser el gran aspirante al juego de tronos a corto plazo a ser… nada. 

A quitar el puesto a un presidente de moción y en funciones que no vimos más cambiado que por las nacientes canas de la Moncloa. Envejecimiento este, tipo VIP, que no lo dan los debates con plebeyos sino el Poder, la efervescencia de exhumaciones, falcons, agendas y ambición de un Calígula con rubiaza al que le sobra el debate. Ensimismado sin mirar al frente, molesto por estar, se presenta con discurso prefabricado y frase mezquina con chulería para exigir que le dejen gobernar en paz ignorando a su supuesto «socio». Pablo Iglesias, familia numerosa, mansión de bebés, aparece sin dormir bien y herido de desengaño con su ego roto de coaliciones. Ya sabedor de que no hay sendero ni atajo socialista para llegar al poder, y quizá con el arrepentimiento de no haber visto la oportunidad de haber aceptado las migajas que ofrecían en forma de «ministerio-pastel» y «vices-trampa» la hechicera Carmen Calvo. Por humillante que hubiera sido, era más útil siquiera a nivel propagandístico que la situación actual. Sobre todo para los votantes de una izquierda que ya no entienden nada y desconfían de que vaya como vaya a ir su voto, llegará mal. 

Entre estos arquetipos el que menos ha envejecido es el señor Casado, sin duda, a pesar de su barbita tan mona. Es la ventaja de haber nacido ya sin vitalidad política. Su famosa barba que enloquece a las abuelillas militantes, nos es indiferente porque con ella o sin ella la pasión y las ideas son constantes y planas ya que no existen. Y no hablo de él personalmente, pues insisto en la afinidad personal, sino del perfil funcionarial en que ha elegido encajar su vida en esa empresa llamada PP que es en sí un sarcófago que, en esencia y existencia, no puede más que forjar seres a su imagen y semejanza. 

En fin, que entre esta banda de vejestorios prematuros no cabe ya mirar más que dos nuevos protagonistas que serán clave en los próximos meses. El ya mencionado Abascal, y otro que estaba comentando el partido en el banquillo: Errejón. De este último hablar de envejecimiento físico puede parecer un insulto viendo su carita imberbe de primero de básica, entrañable niño Vicente. La vejez de Errejón es interna y espiritual, de ideas antiguas donde busca, en su pupitres en Moncloa o escaños en Cortes, hacerse mayor.

Nos queda pues Abascal. Tipo que desde luego no es un crack, ni siquiera brillante. Tampoco es un animal político de trucos ni grandes oratorias. Pero quizá sea más importante que eso: ni más ni menos que un Mayor Oreja echao p’alante que, desde una generación más joven, dice lo que la derecha espera que diga la derecha. Cuestión que provoca una irritación total de esa precoz ancianidad popular que no pueden consentir que dichas verdades salgan de un ámbito fuera de Génova. Porque ni las pueden decir ellos ni consienten que los digamos los demás. Abascal, curiosamente, es el que más ha envejecido físicamente desde hace 4 años cuando paseábamos alegres por el Retiro en primavera, aunque tiene la fuente de juventud en la labranza y desarrollo de un discurso sin competencia alguna por la derecha. Ese es su triunfo y lo que debe de sembrar ante un electorado aún más viejo, cansado y chocho que pasea gaviotas (o gaviotos) en jaulas, ignorando un rejuvenecimiento que les ayudaría a mirar más allá. 

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