¡A POR ELLOS, QUE SON HEREJES!

La figura representa a un hombre tuerto, manco, con pierna de madera. Un hombre cuyas ausencias físicas sirvieron para sembrar reliquias de su carne en campos y mares de batalla para cosechar gloria. Está inmortalizado desafiante, altivo, digno y, quizá…agradecido. 

No en vano está ahí porque el personal que tiene enfrente le ha sacado del olvido. ¡Quién lo diría!, ¡milagro de milagros!, que aún queda algo de memoria en este presente absoluto de un pueblo aparentemente tan hueco. Pero queda la memoria, ese órgano está tan inútil,  maltratado de ideología, violado de utopías y regulado de decretos. Si, todavía queda.

Nos lo explican muy bien desde el otro lado del hemisferio, desde una Colombia agradecida, con ese acento forjado de disciplina gramatical y emoción pura, valores tan perdidos en la metrópoli. Hablan hacia la figura del mediohombre, agradeciendo el hermanamiento de pueblos destilado en una lengua.

De pronto, desde una Cartagena de Indias in Excelsis se escucha la respuesta: ¡a por ellos, que son herejes! y vemos a ingleses desconcertados, corriendo con el rabo entre las piernas hacia un Londres borracho y brexit que lleva celebrando desde una semana una victoria falsa. 

Y entonces, bajo nuestra mirada atónita, al héroe de metal se le une una comunión de santos cuando suena el himno al Pueblo, al Otro Pueblo, al celeste, a los ausentes que esperan en el purgatorio de la gloria desde una muerte que, desde luego no no es el final.

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