«Sólo puede quedar uno», era el eslogan que se hizo de la película «los inmortales» (the highlanders) allá en el siglo XX. Entre Christopher Lambert y Sean Connery nos paseaban en un mundo «ochentero» y decadente donde sujetos con espadas medievales iban liquidando inmortalidades bajo la mirada atónita de un público humano, demasiado humano. Nos gustan los mitos porque concentran en sí una certeza expresada con la síntesis de la fantasía lírica, de un realismo mágico que, siendo más magia que realidad, deja un poso de verdad más digerible que cualquier dogma positivista.

Los «inmortales» hoy cada vez nos duran menos, algo así como los amores eternos, caducos desde hace tiempo pero que, como los yogures del supermercado, resisten en la nevera porque siempre alguien dice que no pasa nada. Y no sabemos si pasa o no, pero no acabamos de comerlos. 

El primer inmortal de la generación autoproclamada «mejor preparada de España», don Albert Rivera, ha caído ayer tras las enésimas elecciones del siglo XXI. Toda la energía que había perdido en esta campaña electoral y que había llegado al culmen en la anterior, ha resucitado ayer lunes para, ni corto ni perezoso, presentar su dimisión. 

Albert, ya lo conocemos, es un tipo de prontos, de urgencias y de vértigos. Todo el éxito que, sin contemplaciones, había logrado en abril, se lo jugó de forma incomprensible en estas nuevas elecciones. Había llegado a lo máximo que podía llegar maximizando algo tan complejo como las contradicciones. Contradicciones de un partido que se pueden disimular en el ambiente caliente y veloz de las agendas pero cuando se hacen muy visibles, aparecen como lo que son: incoherencias. 

Albert viene de un desnudo integral y ciudadano que rompió al estrellato con aplauso estatal en Cataluña. Buen comunicador, ganador de debates en el cole, delegado de clase, animal político, en fin, con toque adoquinero de showman televisivo. Tantos valores que se disuelven entre una ambición del tipo yo-yo-yo y fusilados por esa maldición globalista que, una vez más, tiene de portavoz a Francia entre un Valls y un Macron que nublan pensamientos nacionales y sirven de coartada al innombrable padrino transatlántico. 

Un pensamiento nacional, ni siquiera digo Patriota, es incompatible con tales apoyos, Albert. En este ambiente en que nos movemos tenías un hueco brillante llamado «razón de Estado» y parece que hayas sido tan ciego como para no verlo. Encima tú, admirador de Suárez y el Régimen (del 78), que simplemente con haber hecho un discurso, y tú sabes cómo hacerlo, diciendo que «con todas las diferencias posibles con el doctor Sánchez vas a facilitar su investidura sin formar parte alguna del gobierno», no solo te hubieras hecho el amo de la oposición sino que estabas en órbita para ser el máximo favorito a las siguientes que, desde luego, hubieran llegado pronto.

Pero no, Albert, no. Se te acabó la inmortalidad por urgencias de ambición y desprecio, sobre todo, a la corriente imparable de VOX y cuyo patriotismo implica para muchos españoles que, por cierto, se quedan con la mayoría de tus votantes. 

Ahora llega otra vida, quizá más vida que este circo: Malú, familia, padres, hijos, que desde luego no es mala cosa. Es lo que salva el alma. Lo importante es que no les des la paliza y evites caer en el limbo de los abuelos-prejubilados-cebolleta, recolectando adoquines frente al plasma murmurando a gritos lo que podrías haber sido y no fuiste.

Particularmente lo siento mucho. No te he votado nunca pero te he respetado casi siempre. Me molesta porque he visto tu error como el giro de guión una película que sabes que no puede terminar bien. En todo caso, Albert, tú eres el primero pero desde luego no vas a ser el último inmortal de este grupo que caiga. La peli sigue, y el personal no se acaba de enterar del argumento. 

Un abrazo y a seguir bien.

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