Sale el sol en un domingo Madrileño por el este de una larga madrugada aún caliente de inciensos  Es fin de semana de otoño primaveral que se nos improvisa como santo, martirial o de una Pascua en fuera de juego. La culpa la tiene un Jesús de Medinaceli que se decide a salir al paso desde la catedral a su basílica. Se celebra así su regreso, un retorno de exilio forzado. Aquel del fin de la contienda civil cuando, desde Europa, vuelve triunfante y enlutado a casa. 

Era el siglo XX y han pasado ochenta años que, sin ser nada, lo son todo. Podemos decir que es la duración de una vida, en términos redondos. Toda una vida, palabra de tiempo ambiguo pero cuya duración se asoma cuando uno alcanza un punto, que suele ser hacia su ecuador. Punto cruel que nos va advirtiendo que ésto va deprisa, que pasa enseguida aunque su correr esté lleno de acontecimientos. En la vida propia, desde luego, pero que son empequeñecidos cuando la misma cronología se plasma en ese monstruo llamado Historia. 80 años que, en un suspiro, apenas un plano, contiene a España, Jesús y una guerra. Casi nada. 

Temas suficientes como para empezar a esbozar con profundidad alguno de ellos y no acabar nunca. 80 años que nos asustan desde de la magnitud de sus límites: 1939, año de la Victoria para una parte de España y de olvido para otra hasta un cambio de siglo en crisis financiera y revolución tecnológica. Jesús entre medias, sigue igual. Paseando por Madrid entre terrazas con un séquito trajeado dejando flotar su melena sin viento en gesto de pasión agitanada, valga la redundancia.

Jesús sigue igual en su Misterio pero, desde luego nosotros no lo vemos igual. Y no lo vemos igual porque, en el fondo no lo hemos visto nunca de manera constante. Por eso es un Misterio, claro, me digo mientras paseo a su vera  encuadrando mi cámara a la altura de la Puerta del Sol. Al fondo el Tío Pepe y a mis entornos la diversa tipología humana. Mientras una mujer llora, un hombre se santigua, otro saca el móvil y una espontánea, pelirroja y con acento de Galway, me pregunta «qué está pasando aquí». Lo fácil es decir que «it’s a procesión», lo difícil es explicarla. 

Las procesiones, desfilar un imagen, hacerla mover y que tu sentir se meza a su compás es cosa realmente delicada. Hay que haberse curtido en muchas reformas y contrarreformas entre el arte, la política, la propaganda, la religión y, sobre todo, la fe para que tu psique esté formada en ese particular uso del arte. Hoy en día, en que las iglesias son museos y mañana serán tumbas o parques de atracciones, es difícil recordar que hubo un mundo donde la unión entre los dioses y los hombres estaban forjadas prácticamente de la mano. Nuestro Dios, el católico, se explicó por la estética antes que por la palabra. De los frescos de los templos a las figuras se creó una intimidad cuya devoción nos acompaña. Así tiene más poder la presencia de un Jesús de Medinaceli por el barrio de las letras que cualquier somnoliento sermón o sesudo tratado teológico. Incluyendo la Biblia, claro, texto que desde luego no es leído por la mayoría de los españoles aunque todos lo tenían en casa acompañando al Quijote o a la enciclopedia Larousse. 

Pienso esa disertación pero, desde luego, no digo nada a la pelirroja. Por el acento sé que es católica irlandesa, o sea de «fe heredada», quizá hasta se haya convertido. En todo caso me consta que ella no está viendo lo que pasa aquí. Esto es «typical spanish», sintetizo así el pensamiento. Miró a Jesús que me anima a dar más explicaciones pero me temo que no es posible. Y es que la Unión que tenemos los españoles y quizá los italianos, con lo sagrado es «artístico-sentimental» con reverencia pero de Tú a tú. Los europeos tienen a sus ministros y sus dogmas que será más formal pero menos útil y les deja a merced de ese poder cambiante llamado clero. Mientras Jesús se deje ver en las plazas de España y las figuras paseen está garantizada la fe. Fe sumamente honesta, cierta, didáctica y que además nos libera de esta oligarquía clerical pésimamente formada y con fe idealista. O sea, sin fe. La realidad está en los pasos y el arte que, inspirada por la plegaria, encierra más teología que todas las encíclicas, instrumentos laboris y demás obras que llevan a la confusión.

 Amén.

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